Para un novato era inusual.
El apartamento ligeramente iluminado por el brillo de la televisión no ayudaba a calmar sus nervios.
El tiempo parecía no avanzar.
Llevaba dos horas esperando que alguien viniera a matarle.
Sí, a matarle.
Eso era, el cebo.
Su medio más inmediato de protección era su pistola reglamentaria, oculta tras el cojín bajo su brazo derecho.
Aunque eso no les había servido a los otros y no tenía por qué servirle a él.
Además, dos horas era demasiado tiempo.
Sobre todo en tensión.
Es cuando tiendes a pensar.
Y eso es lo peor que puedes hacer.
Piensas que es innecesario entrar al apartamento para matarte, que utilizando un rifle de precisión te podría alcanzar desde una azotea cercana.
Porque el asesino sabía dónde encontrarle.
Al fin y al cabo, un cebo sólo sirve si el pez sabe dónde picar.
La televisión tampoco ayudaba.
A esas horas sólo emitían concursos, que exigen una atención que no podía prestar, y series policíacas, que sólo contribuían a aumentar su nerviosismo.
Su único refugio era el canal de noticias, en el que cada hora repetían la misma información.
Si seguía así, al día siguiente podría recitar el informativo completo.
Aunque, por lo visto, eso no iba a ocurrir.
Había oído un ruido en la escalera.
Alguien subía.
Metió la mano bajo el cojín y agarró su arma.
El tacto del metal le pareció más frío que de costumbre.
Los pasos se acercaban.
Con la mano izquierda, bajó el volumen de la televisión.
Los pasos llegaron a su piso…
Para continuar escaleras arriba.
Suspiró aliviado.
Pero duró poco.
Diez segundos después, un chirrido en el portal le hizo reaccionar y levantarse a la mirilla.
El anterior vecino había sido muy silencioso, pero esta vez el viejo portón metálico había servido de aviso.
Oyó cómo el ascensor empezaba a subir.
En cada piso hacía un ruido.
Uno para el primero.
Otro para el segundo.
Un tercero en su piso.
Y uno más para el cuarto.
Otro susto innecesario.
En esta ocasión, la calma duró más.
Retransmitían las noticias internacionales por tercera vez cuando oyó un ruido en la escalera de incendios.
Se acercó al ventanal y descubrió una figura encapuchada subiendo.
Se agazapó en el muro junto al ventanal y esperó.
La figura siguió subiendo…
Y pasó de largo, continuando su ascenso hasta una ventana del sexto.
Seguro que era el hijo del vecino volviendo a casa a hurtadillas.
Quien no aparecía era su asesino.
¿Dónde se habría metido?
¿La pista que indicaba dónde encontrarle estaba clara?
Tal vez tuvieran que repetir la operación la noche siguiente.
No sabía si…
La puerta se abrió de golpe y una figura entró disparando.
Se tiró al suelo para esquivar dos balas dirigidas a su cabeza.
Respondió a los disparos.
Y el descansillo se llenó de policías que redujeron al asaltante.
Se encendió la luz y pudo verle el rostro.
Sus sospechas estaban fundadas.
El asesino de policías no era un cualquiera.
Era el comisario.