Su mirada estaba completamente perdida. Su mente, simplemente, no se encontraba allí. Sentía que esas visitas a terapia, habituales en las últimas semanas, no servían absolutamente para nada, además de provocar en él ansiedad, malestar y cierta desorientación.
– ¿Estás bien? -preguntó la psicóloga.
– Sí, disculpa. Aún sigo experimentado algunos lapsos de desconexión-replicó Óscar.
– Tranquilo, es normal que los episodios disociativos no desaparezcan de golpe. Pero creo que, incluso siendo consciente de los riesgos que presenta este tratamiento en personas con trastorno de estrés postraumático, la terapia hipnótica y regresiva está funcionando en tu caso. Y he observado una mejoría paulatina, pero significativa. ¿Has estado anotando todo lo que haces a lo largo del día, tal y como te sugerí?
– Sí, siempre procuro llevar conmigo la libreta que me diste, pero he debido olvidarla en la otra chaqueta.
Mentía. No estaba allí, ni en ninguno de los sitios en los que -con suma insistencia- había buscado.
– No te preocupes. De todas formas, creo que ya estás preparado para una reincorporación progresiva al trabajo. Y voy a recomendar que empieces hoy mismo.
Su rostro se iluminó. Había esperado mucho este momento y el final de la sesión traía consigo la excelente y anhelada noticia.
Al despedirse, la terapeuta giró su muñeca para mirar la hora, pero -en ella- no había reloj. Sólo la marca blanca que éste había dejado en su piel y la incipiente huella de algunos hematomas y arañazos, que -rápidamente- volvió a cubrir con la manga de su rebeca. Sin embargo, para entonces, su paciente (policía nacional de la Brigada de Delitos Sexuales) ya los había visto. Y aunque había oído rumores acerca de una escabrosa separación, debido al entusiasmo que le invadía, decidió dejarlo pasar.
Apenas había puesto un pie fuera de la consulta de la psicóloga de la jefatura, cuando escuchó al inspector gritar:
– ¡Está muerto! ¡Han encontrado el cadáver de ese hijo de puta!
Todos sabían que se refería al despiadado violador al que llevaban varios meses investigando y persiguiendo. Y, aunque el trayecto hasta donde había sido hallado apenas les llevó unos pocos minutos, pareció interminable.
Eran los primeros en llegar a la escena del crimen y Óscar se adelantó para examinarla. En el suelo, boca arriba, yacía el cuerpo sin vida de aquel seboso y despreciable pervertido, que a tantas mujeres había agredido y aterrorizado. El agente se aproximaba a él, escaneando cada centímetro del lugar, cuando un destello le cegó momentáneamente. Provenía de un objeto que asomaba bajo la espalda del predador sexual. Al acercarse un poco más, comprobó que se trataba del reflejo del sol sobre las gruesas y plateadas anillas de una libreta manchada de sangre. Pasó las hojas rápidamente y localizó la última página escrita:
«¡Se acabó! ¡Ya está hecho! He recuperado el reloj y he cumplido con lo que me encomendó. La sangre todavía corre por mi brazo. Y, aunque no puedo convencer a mi mente de que lo que escribo sea real, deseo -con todas mis fuerzas- que así sea, porque… ¡NO QUIERO VOLVER A NINGUNA DE SUS SESIONES!»