La lluvia lavaba mansamente las manchas de sangre del cristal y del alféizar de la ventana del octavo piso. Justo debajo se encontraba el cadáver con los pies descalzos. Tan solo vestía una camiseta y unos vaqueros. El inspector, con aspecto somnoliento y gesto contrariado por tener q estar mojándose y pasando frio a esas hora de la madrugada, miró a la azotea del edificio de quince plantas. Pensó que no estaba demasiado deformado para haberse precipitado desde semejante altura pero a veces pasa, como si el aire o el agua fueran capaces de ralentizar la caída.
Un policía salió del portal con aire de suficiencia: -inspector, hemos encontrado arriba un par de deportivas de la talla del finado, un plumas y restos de lo que parece ser cocaína como si se hubiera esnifado un par de rayitas antes de decidirse a dar el salto. -¿Y cómo ha entrado en el edificio y accedido a la azotea? -Los pocos vecinos q se han dignado a hablar dicen que la casa es un desastre, que las puertas nunca se cierran debidamente y que la gente entra y sale como le da la gana. Nadie ha visto nada ni oído nada hasta que llegamos nosotros. -Está bien. Que se quede un retén esperando al juez, pero está claro. No sé que tienen estos jóvenes en la cabeza. No se sienten satisfechos con nada y así terminan. Lo peor es cómo dejan a sus padres.
Tras los salpicados cristales del octavo piso, inmóvil e invisible, la joven contemplaba la escena. No reprimió una sonrisa entre burlona y satisfecha cuando vio marcharse a los policías. Revisó por última vez el piso vacío para que no quedara ningún rastro del crimen, limpió las restos de agua que habían quedado en el suelo al abrir la ventana, lavó cuidadosamente la barra de hierro, su arma favorita, un solo golpe detras de la cabeza había sido suficiente, y esperó a la noche siguiente para salir sin ser vista.
Todo el mundo sabía que en ese piso no habitaba nadie desde q sacaron a la vieja viuda tras llevar muerta cerca de un año. Y de esto hace ya varios.