El ritual se celebra el martes de la segunda semana de los meses que tienen treinta días. Este año, al agente Dimas solo le quedan dos oportunidades para atraparlos. Lleva demasiado tiempo involucrado en la que será su última misión antes de jubilarse.
Nadie sabe más que Dimas sobre ese grupo de extravagantes. Conoce cada fórmula, sayo, capucha, color, símbolo, amuleto, colgante, decoración y quiere acabar con la osadía de esta gente que se burla de la ley, con publicaciones en TikTok y en Instagram de fotos y vídeos sobre las fechorías cometidas.
Se ocultan tras perfiles que incluyen siempre las letras de la palabra «EVA», como «@EVAnescencia» o «@EVAporados», y que clausuran antes de empezar el evento siguiente. Jamás difunden imágenes explícitas, para no provocar la ira de los algoritmos censores, pero lo que tapan es justo lo que motiva a sus adeptos a buscar y a seguir a cada nueva cuenta en todas las redes ante el anuncio de una nueva convocatoria. La creciente comunidad de partidarios de la secta, ávidos de su material, preocupa mucho a Dimas, pues un nuevo fracaso policial puede mitificarlos e incitar a la imitación.
La mañana del nuevo capítulo de esta hermandad, Dimas repasa su plan. La operación debe fluir con precisión cronométrica. Las coordenadas recibidas de sus confidentes conducen a una ermita situada al este de la ciudad. Es coherente, pues acostumbran a congregarse siguiendo el sentido horario de los otros puntos cardinales. No obstante, la hora no sigue ningún patrón, es el mayor desafío del despliegue. Esperarán, como cazadores agazapados a la espera de la presa, pacientes, silenciosos, en guardia.
Varias patrullas cubrirán todos los accesos y aguardarán el paso de los doce participantes ocultas en ramales de la ruta. Bloquearán el escape cuando se confirme que todos están en el templo. También cuenta Dimas con media docena de efectivos a pie, bien distribuidos por el perímetro. Todo en orden. Unas horas más y culminará el trabajo.
Desde su puesto de mando en una furgoneta camuflada, Dimas reparte su mirada entre tres pantallas que le brindan imágenes de la entrada al lugar desde ángulos estratégicos.
Llegan los primeros asistentes. Los vehículos de lujo con chófer se detienen unos instantes para el descenso de cada implicado. Todo queda grabado. Será una prueba valiosa en el juicio. Los militantes van pertrechados de cámaras, trípodes y focos, para inmortalizar sus perversidades en la red. Hay tiempo, piensa Dimas, esto aún llevará un rato.
Concluye el recuento. Todos los acólitos están dentro; sus vehículos, aparcados cerca de la ermita. Con silenciosa eficacia, los uniformados confirman por radio que han inmovilizado a todos los conductores. Su huida es inviable.
Dimas saborea estos segundos previos a su última batalla contra el crimen, antes de dar la orden definitiva:
—¡Adelante!
Los policías irrumpen en la ceremonia e impiden la ejecución del dislate. En pocos minutos, todo ha transcurrido como estaba planeado.
Dimas y su equipo han triunfado, solo les falta colgar el último selfie en «@SublEVAción», con la etiqueta #Detenidos, y remitir el informe a jefatura.