Mis recuerdos están un poco difuminados, como esparcidos en el tiempo.
Recuerdo el teatro perfectamente, como se abrió el telón con aquella laxitud propia de los teatros antiguos.
La expresión atónita e incrédula de los espectadores, yo entre ellos.
El cadáver, meciéndose en la silla reclinable del escenario.
Parecía todo tan real pero a la vez tan ficticio que nadie puso en duda el buen hacer del maquillador y del actor transfigurado por la sangre que vomitaba su boca.
El asunto se empezó a complicar cuando después de unos minutos nada cambiaba, no había ruido, ni diálogos ni otros actores en escena.
La gente se empezó a intranquilizar, empezaron los rumores, los gritos ahogados, la incertidumbre.
Se oían susurros y comentarios sobre la devolución del dinero de las entradas, la estafa, la tomadura de pelo del espectáculo.
Yo había ido al teatro con mi amigo Raúl, abogado aburrido amante de las buenas obras y del buen comer.
Habíamos estado comiendo en uno de los mejores restaurantes de la ciudad y nos pareció como colofón ir al teatro la mejor manera de acabar el día.
Soy detective privado y cansado de asuntos triviales, cotidianos, y monótonos, nada mejor que una obra de ficción para olvidarme de los casos que se apilaban en mi oficina.
La obra trataba según la información del folleto de la vida del faraón Tutankamón.
Decía claramente que era una comedia, sin embargo, aquella imagen del individuo sangrando por la boca no me pareció una buena manera de empezar una obra cómica.
La gente se empezaba a levantar, buscando al responsable de aquella farsa.
Por un momento me sentí obligado dada mi profesión a asomarme al escenario, como aquel que es llamado por médico en medio de un infarto.
Subí las escaleras y en un segundo pude constatar que aquella figura encorvada de la silla reclinable era un humano. Un humano muerto.
El cómo había acabado en el escenario no estaba muy claro.
Hubo investigaciones durante días, yo me vi involucrado en toda aquella farsa llamada “ la maldición del faraón”, tal y como la habían titulado los periódicos.
Lo cierto es que se rumoreaba de la existencia de un fantasma en el teatro.
Muchísimas personas habían declarado haber visto una sombra que se paseaba por los palcos.
Al leer el periódico sentí un escalofrío en todo mi cuerpo recordando como en el descubrimiento de la tumba del Faraón en 1922 murieron seis personas entre ellos Lord Carnarvon quien había financiado la excavación, por un momento temí por mi vida y me juré a mi mismo no mezclarme nunca más con las supersticiones ni con los muertos que aparecen en los teatros .
Poco más se supo de aquel incidente, sigo investigándolo. Cada día aparecen nuevos datos y pistas en mi oficina que no me llevan a ningún sitio.
Mañana cojo el vuelo a El Cairo, pero…
Creo hoy firmemente que algo oscuro habita en el teatro y nada ni nadie lo hará salir de él.