LA MANCHA
IGNACIO NAVARRO ARNAL | IGNACIO

Le llevaron a una habitación sin ventanas. Le extrañó que en la puerta hubiera un cartel que ponía “SALA 1”, porque no se veían más salas de interrogatorios.
Un policía de uniforme le dijo que enseguida vendría el encargado de la investigación. Pidió agua y se la trajeron en un vaso de plástico. Bebió un sorbo pequeño y con disimulo mojo el puño de la camisa para intentar tapar algo la mancha.
Estuvo un rato esperando. Observó las paredes. No había espejos de vigilancia ni cámaras de grabación. El único mobiliario era una mesa cuadrada muy pequeña y dos sillas.
Tenía necesidad de ir al servicio.
—Por favor —llamó en voz alta.
Insistió varias veces más, elevando el tono de voz. Dio unos golpes en la puerta.
—Qué quiere —dijo, con desgana, la voz de un guardia.
—Necesito ir al servicio —contestó Hilario— es urgente.
—Está a punto de venir la inspectora. ¿No puede esperar?
Consiguió convencer al guardia. En el baño, después de aliviarse, volvió a frotar con agua la mancha del puño de la camisa con la esperanza de un milagro, pero aquello no se iba. Volvió a la sala de interrogatorios acompañado por el guardia.
Estuvo esperando media hora más. ¿Cuánto iban a tardar? A este paso le iban a tener que dar de cenar, aunque sería desagradable comer con “eso” en el brazo. Si pudiera, pediría que le trajeran una muda limpia de casa y cambiarse de ropa.
Se acercó el brazo a la nariz cerrando los ojos para no recordar la cara de su vecina. El olor era penetrante y amargo. Le vino a la memoria lo sucedido y se propuso expulsarlo de su mente. No tenía que pensar nunca más en lo que había ocurrido esa tarde.
En ese momento entró una mujer joven con aspecto resuelto.
—Hola, buenas tardes. Soy la inspectora Victoria Soler. Disculpe la espera, nos enfrentamos a una situación muy confusa —dijo cordialmente— pero usted puede volver ya a su casa. Dentro de unos días le llamaremos en calidad de testigo para que ratifique ante el juez su declaración inicial.
—Muchas gracias —contestó Hilario aliviado —lo que haga falta, ya me avisarán.
—Y si recuerda algo más sobre su vecina, no dude en llamarnos, el más pequeño detalle, quién la visitaba, con quién hablaba por la calle, cualquier dato puede ser interesante.
—Desde luego —contestó Hilario, que aliviado pasaba del encierro a la libertad.
La inspectora le acompaño a la puerta de la comisaría, e Hilario, empujado por el optimismo, le tendió la mano para despedirse. Al extender el brazo, se hizo visible una mancha parduzca y viscosa en el puño de la camisa. A la luz del día era peor de lo que pensaba. Retiró con rapidez la mano tartamudeando una excusa. La inspectora pareció dudar; de pronto, se le iluminó la cara y tomando a Hilario por el brazo, le dijo:
—Será mejor que no se vaya todavía.