Max, el hijo pequeño del Mago ilusionista “El Gran Carler”, disfrazado de payaso, estaba preparándose para su aparición en el número “la caja de las maravillas”, en donde, acurrucado en el fondo del artilugio, rodeado de pañuelos de colores, cintas y confetis, tendría que salir disparado a la orden de su padre, que se encontraba en el exterior y que, con sus dotes de ventrílocuo, hacía que su voz saliera de una marioneta.
Max, tenía que dar un brinco que lo proyectaría lo suficientemente fuera de la caja, para que su padre y su madre uno a cada lado, lo sujetasen sacándolo del todo del cajón, depositándole con gracia en el suelo del escenario.
Antes dicha caja, aparentemente muy pequeña, que había sido volcada para que los espectadores vieran que estaba completamente vacía, ya había producido a “Rony”, el perro muy peludo de la familia y un sinfín de dados gigantes plegables.
Estando en aquella posición acurrucado en la oscuridad del reducido espacio, ante la negrura, le llegó el recuerdo del caso que su padre les explicó, de cómo desenmascaró a una banda de estafadores, que, haciendo sesiones de espiritismo a creyentes incautos, los engañaban para sacarles dinero.
Su padre, fue contratado por el marido de una señora que asistía devota a las sesiones, donde decía hablar con su difunta madre. Esa noche el Mago acudió a una de esas reuniones.
El lugar era una amplia habitación con ventanales cubiertos de gruesos cortinajes negros, iluminada con luz atenuada por sólo unas velas colocadas en dos mesitas anexas a los laterales del grupo, que permanecía sentado alrededor de una gran mesa redonda.
Al poco rato del inicio, como un relámpago, surgió una blanca mano flotando en el centro de la mesa.
Esta aparición ingrávida y vacilante, se encontraba rodeada de todas las manos de los diez asistentes, unidas en contacto de pulgares y meñiques formando una cadena circular.
La espectral mano, giró lentamente. Con el índice, señaló a la médium que pálida y ya con la silla inclinada hacia atrás debido al asombro, observaba la aparición sobrenatural horrorizada.
A la vez del movimiento fantasmagórico del dedo acusador, una voz ronca y cavernosa decía terminando en un fuerte grito espeluznante: Tú, los estás engañando, “fuera de aquí”.
En ese momento el tapete negro que cubría la mesa redonda se estiró fuertemente por un lado, dejando al descubierto una mesa con agujeros, donde a través de ellos, se veían martillitos con muelle conectados a hilos que iban a parar al lugar donde la supuesta médium se sentaba. La Mano blanca había desaparecido.
El cliente de mi padre, ganó un juicio contra los estafadores y mi padre fue gratificado espléndidamente.
Cuando mi padre me regaló aquel palo negro telescópico, explicándome, que un objeto de color negro con un fondo negro logra que se confunda en un mismo plano perdiendo aristas y profundidad, aprendí una técnica más del ilusionismo.
Al final de ese palo, había una mano blanca de cartón.