Ernesto, el criado, se hallaba perplejo. Desde que empezó a cenar, el señor solo empleaba la mano izquierda; cortándolo todo con cuchara, incluso las codornices. La otra mano se mantenía, indecorosamente, bajo la mesa.
A la mañana siguiente apareció muerto en su cama, estrangulado. La alcoba, sin ventanas, amaneció cerrada por dentro. Los tres mastines apostados en la puerta no habían ladrado en toda la noche. Un asesinato imposible, dijo el inspector.
El resto del día, Ernesto se mantuvo alejado del cadáver. No se tranquilizó hasta que cerraron el ataúd con todo el cuerpo dentro, incluida la mano derecha.