LA MANO INVISIBLE
Laura García Pascual | DAFNE

La lluvia caía desorbitada a lo largo del bosque, donde las gotas se deslizaban por los troncos de los ancianos árboles que se nutrían de las historias que ocurrían en las noches más oscuras. Hoy era una de ellas. La inspectora Álvarez contemplaba la cascada que corría frente a sus cándidos ojos con desdicha. Para cuando la tormenta se dignase a darle una tregua, ya sería demasiado tarde, el fango cubriría todas las pistas y arrastraría con él la última oportunidad de volver a la vida, si es que alguna vez había dejado de respirar. La temeridad la empujó levemente, en ese instante sintió cómo una mano invisible se abalanzaba tras ella, haciéndola caer en uno de esos charcos en los que su reflejo era imperceptible a los sentidos.
Llevaba muchos años fingiendo su muerte para encontrar de nuevo una vida, segura y fuera de peligro, pero la supervivencia carece de sentido cuando la libertad es un espejismo tan fugaz que ni siquiera parece real. Aquel asesino en serie que le obligó a huir, había regresado a la ciudad para cumplir su propósito: seguir matando y era inevitable pensar que solamente existía una persona capaz de acabar con él y dar sepultura a su macabra misión. Marta Álvarez era la única superviviente del asesino fantasma, la única que estuvo tan cerca de él como para escuchar su respiración agitada y su olor inmortal. Solo ella sabía a quien se enfrentaba. Solo ella conocía la verdad que se ocultaba tras esa voz grave e inquietante. Solo ella sabía la identidad que se escondía bajo el psicópata que arrebató la vida de tantas personas en los últimos años.
Una fuerza intransigente se apoderó de ella recordando el pasado. Colocó sus manos en el suelo y se alzó como un avión a punto de despegar. El frío recorrió su columna vertebral, a pesar del calor ferviente que acariciaba su interior. El silencio amenazaba el bosque, tan solo el sonido de la lluvia irrumpía esa serenidad. Hasta que sacó su pistola. Un disparo salpicó el cielo y los pájaros se alborotaron alrededor. Ella estaba ahí y ahora él lo sabía. Ella ya no tenía miedo, él la esperaba con ansia. Ella estaba lista para pelear y él para matar por última vez.
Ambos se conocían, demasiado, de hecho y la verdad era que solamente Marta sabía quién se escondía en la oscuridad de sus ojos. La razón era sórdida y áspera, la garganta de la inspectora se agarrotaba solo de pensarlo, aunque, al fin y al cabo, se trataba de una ventaja cubierta de mentiras que debía aprovechar si quería lograr su objetivo. Su rostro se acartonó, su pulso se enfrió ante la tenue luz de la luna y tras unas pisadas firmes llenas de maldad, apareció él. Bajo ese eterno e insaciable deseo de matar se encontraba el que una vez fue su gran amor. Y esta vez, no se le escaparía.