La máscara
Cristina Atienza | Restless mind

—¿Una máscara? ¿Esto es todo?
—Sí, inspectora.
—¡Pues no me sirve! Son cinco chicas. ¡Por favor! ¿Qué clase de monstruo mata a una joven de 20 años para arrancarle los ojos?
En la sala de la comisaría, el silencio se corta con una navaja, con la misma que usó el asesino de la máscara para sacarle los ojos a Vicky, de 20 años. De momento, es la única que ha aparecido, aunque muerta. De Sara, Marta, Aurora y Maica, ni rastro. Un mapa al que todos miran, con más de 50 chinchetas marcando puntos, y más de media comisaría encargada del caso, presagian un final, que nadie quiere asumir, pero que todos esperan. Están dispuestos a dejarse la vida para encontrar a las cuatro chicas. La inspectora Guzmán y el subinspector Valle, viven para encontrarlas. Van a contrarreloj.
El especialista en perfiles ha entregado el informe.
«Varón, de complexión delgada. No es muy fuerte. Solitario. Soltero. De entre 35 y 40 años. Vive en un radio de 50 km, probablemente, en algún lugar alejado del núcleo urbano. No tiene interés sexual; Vicky no fue violada. El asesino tiene algún tipo de trastorno psicológico. Algo común de todas las víctimas: Jóvenes, con caras angelicales y ojos verdes.»
—Inspectora. Ha llegado el informe definitivo de la autopsia de Vicky Suárez. Algo me ha llamado la atención.
—¿Qué?
—Usaba lentillas color verde.
—¿Lentillas?
—Sí. Creo que el asesino busca ojos verdes. Los padres de la chica nos han confirmado que sus ojos eran marrones.
—¿Por eso la mató?
Esa pregunta es difícil responder. La máscara encontrada junto al cadáver tampoco arrojó luz. Ni huellas, ni rastro de nada. Una máscara de carnaval, veneciana, antigua, dorada, realmente hermosa e inquietante.
Esta noche, entrados ya en la cuarta semana de la desaparición de las chicas, Guzmán analiza una a una, las más de 50 fotos de la escena del hallazgo del cuerpo. Hace zoom, la máscara ocupa toda la superficie del escritorio, la calidad es muy buena. La máscara tiene un código impreso. Su análisis los lleva a una tienda de antigüedades en el centro de Madrid.
—Sí, esa máscara la vendí yo. Poco después de Navidad. Les puedo decir el nombre de la clienta.
¿Clienta? Guzmán y Valle se miran.
—¡Una mujer!
La pista los llevó a una finca en Guadarrama. Camille vive allí con su hija Daniela, una joven que nació con una extraña condición genética, que le había deformado el hermoso rostro de ojos verdes, por completo.
El operativo está en marcha. Todos se dirigen hacia la finca, un paso en falso y no quedará esperanza.
Al llegar, el olor es nauseabundo. Daniela lleva años postrada a esa cama, pudriéndose. Las cuatro chicas están drogadas, atadas y amordazadas. Marta chorrea sangre del ojo derecho. Una máscara contiene el ojo que le falta.
Ni rastro de la asesina.
—¡Maldita sea! —grita Guzmán.
Camille está llegando a Zarzalejo.