Cotillear era su pasión. Conocía las intimidades de todos los vecinos. Las más jugosas y seductoras para ella, eran las prohibidas y amorales, pero éstas escaseaban en verano.
Tenía insomnio y el calor era insoportable a pesar de las ventanas abiertas de par en par.
Sabía que sus vecinos de rellano estaban de vacaciones.Le llamó la atención el ajetreo. Velozmente y sin hacer ruido, se mimetizó con la puerta y la mirilla fue su ojo. Contuvo la respiración pero casi suelta un grito, aterrada, porque en su vida había visto nada igual.
Vio como un hombre clavaba tres veces un cuchillo en el pecho de otro, mientras dos más lo observaban.
Se congeló cuando los tres hombres comenzaron a mirar las cuatro puertas, casi sufre un infarto cuando vio que el asesino miraba directamente a su puerta,y, tocaba el timbre, a la vez que otro llamaba al lado incesantemente. Comenzaron a bajar por las escaleras. Giró sobre sus talones y en línea recta corrió hacia las ventanas que daban a la calle, apagando a su paso las luces del apartamento. Los vio salir y desde la acera de enfrente, disimuladamente, corroborar que no había testigos.
Tenía que huir. Tomó las llaves de la casa de su hija, que estaba de vacaciones, cerró las ventanas y salió del apartamento, intentando no mirar ni pisar la sangre que estaba allí secándose. ¿A quién pertenecía ese cuerpo inerte? No lo sabía, ¿cómo se le había pasado?
Condujo hasta la casa de su hija y una vez dentro, sola, sin encender ninguna luz, se derrumbó en el sillón, y, con la cabeza entre sus manos lloró.
El sol la despertó en el sillón, tenía el cuerpo dolorido. Se duchó y preparó café. Sabía que era la única testigo. La policía estaría haciendo preguntas y ya habrían llamado a su puerta. El conserje, por suerte para ella, era el contratado por las vacaciones. No les sabría decir nada concreto. Los otros vecinos pensarían que estaba de vacaciones con su hija. Lo mejor sería quedarse allí unos días. Esa gente era muy peligrosa.
Pasaron los días y se fue relajando, miraba las noticias, y veía como este suceso se iba diluyendo. Decidió que era el momento de volver a su apartamento, poner la última pieza y acabar el puzzle.
Llegó al portal y viendo al conserje fue a cotillear. No tuvo que mentir mucho, pues los vecinos tanto como él pensaron que estaba fuera con su hija, y, eso fue lo que le dijeron a la policía. Todo resuelto, menos el asesinato.
Saludó, recogió un sobre y unas facturas del buzón y subió por el ascensor a su apartamento.
Cerró la puerta, el sobre con su nombre y dirección, sin remitente, seguramente publicidad. Lo abrió, lo que vio le heló la sangre. Allí estaba ella, de espaldas, mirando por la mirilla, en una hermosa fotografía hecha con un potente teleobjetivo.
Espiar puede tener un precio muy alto.