LA MUERTE LLEGA SIN AVISAR
MIGUEL ÁNGEL MORENO CAÑIZARES | NEVINSON

La mujer desconocía a dónde iba su marido cada noche. Por eso, temblaba de pánico cuando la oscuridad se apoderaba del día y se sentía sola en el caserón heredado de la familia de él. Temblaba de pánico y le repetían los escalofríos preguntándose si alguna de esas noches él no regresaría. Entonces se imaginaba abandonada en aquel paraje de montaña despoblado y lloraba, lloraba sin poder contenerse.
—Vuelve pronto, por favor —le rogaba al despedirle.
—Sí, querida — me respondía para tranquilizarme.
Lo cumplió exactamente durante cinco años. Hasta que……
—Cuénteme todo lo que recuerde —le ordenó el inspector Marcos. Su voz era firme.
—Recuerdo su expresión impenetrable, tenebrosa, mientras la niebla se apoderaba de la habitación. Sentí una angustia cada vez mayor, un dolor de cabeza insoportable, como si me fuera a estallar de un momento a otro. No podía mirarle más de unos segundos. Me aterrorizaba la posibilidad de morir allí mismo sin darme una oportunidad de escapar.
El policía asistía impertérrito al interrogatorio, ávido de respuestas que incorporar al expediente. Por su mente rondaba la idea de completar en breve el círculo que cerrara el caso de la viuda maltratada.
—Prosiga sin reparo, siéntase cómoda.
—Verá, es como si caminara de una pared a otra pared, desorientada, intentando deshacer lo andado. No sé qué sentido tiene, pero ocurría tal cual. De repente, la confusión se alejaba de mí y me detenía. Había un sillón o quizá era una mecedora, sí, una mecedora, donde me dejaba caer y entonces cerraba los ojos para descansar.
— ¿Lo conseguía?
—No. Al contrario, me dominaba el miedo, más y más. Hasta que despertaba sobresaltada y empapada en sudor.
— ¿Y no ocurría nada más?
—Por supuesto que sí. Cuando despertaba, una voz superior me ordenaba abandonar el caserón y adentrarme en el bosque.
— ¿Para qué?
—Debía ir en su busca.
Lo que trascendía en el relato de aquella mujer intrigaba a Marcos.
—Cuando regresó a casa, me sentí feliz, ya puede usted comprenderlo. Aliviada ¡Después de tanto tiempo! Sin embargo, había cambiado. Estaba demacrado y adquirió costumbres distintas, extrañas a mi modo de ver. Me habló de una maldición sin yo saber a qué se refería. Le gustaba leer las esquelas de los periódicos, ver películas de misterio hasta altas horas. Me obligó a hacerle una capa negra sin darme explicación y muchas noches salía a escondidas con una herramienta que yo no había visto nunca. Sus regresos ya no eran tan cálidos como antaño. Por el contrario, había frialdad en sus gestos y desapego en sus palabras, cada vez más escasas. Se hizo difícil la convivencia, hasta el punto de plantearme la separación a pesar del temor que me infundía.
— ¿Se lo dijo alguna vez?
— No fue necesario. Una madrugada, antes del amanecer, lo vi marchar con su capa negra. Pensé que volvería, pero no lo ha hecho. Sólo me dejó una frase escrita en el espejo del baño: “Querida, la muerte llega sin avisar”. El inspector Marcos quedó pensativo. El caso se iba a alargar.