LA MUJER DEL TUNEL
Nicolas Palacios Garcia | Niko

Como cada mañana, un ejército de zombis camino de galeras espera al metro en la estación de Sants. Nada distinto a lo habitual. Hasta que se escucha un grito desgarrador procedente del túnel. Es un grito de mujer. La gente despierta de su letargo y comienzan los murmullos. Vuelve a gritar, sonando cada vez más cerca. De repente se la ve salir corriendo del túnel. Está completamente desnuda y empapada en agua. Grita de nuevo algo que no se entiende. La gente trata de ayudarla. Entonces se oye el ruido del vagón del metro. Durante un segundo se hace el silencio. Lo siguiente es el caos y la sensación de impotencia. El vagón golpea con toda su fuerza el cuerpo sin ropa de la mujer, pasándole por encima. Cuando por fin consigue frenar, todo lo que queda de ella son trozos de carne desparramados por las vías. ¿Quién es esa mujer? ¿Y de dónde ha salido?

Manel enciende un cigarro mientras observa, con mal disimulada fascinación, el brazo que le han dejado encima de su mesa. Es el trozo más grande que hemos podido recuperar de la mujer, le han dicho. Está prohibido fumar en la oficina. Pero eso a él le da igual. Mientras la ceniza ensucia la mesa donde trabaja, coge el brazo para echarle un vistazo. Manel es de los buenos, pero sabe perfectamente que podía haber sido de los malos. Porque nota como tener ese brazo en la mano le excita. Debajo de una capa de suciedad, se percibe una piel clara, delicada, cubierta casi en su totalidad por un tatuaje. Se trata de un rostro de mujer, tatuado en un color verde esmeralda muy llamativo. Tiene largos cabellos, detrás de los cuales deja adivinar uno de sus senos. Y unos ojos preciosos. Manel le pega otra calada a lo poco que queda de su cigarro y se sonríe.

Cuesta hacerse a tanta luz después de atravesar la oscuridad del túnel. La policía ha intervenido ya el local, y Manel puede entrar a echar un vistazo. Ha sido una actuación rápida. Una vez dentro, mira a su alrededor. Sorprende el lujo que se esconde en ese cuchitril para viciosos, oculto en las profundidades del metro a los ojos de los miles de pasajeros que cada día pasan por allí. La policía ha comenzado a vestir a las mujeres, todavía desnudas, que se han encontrado en el local. Son todas muy jóvenes, y parecen exhaustas. Manel enciende de nuevo un cigarro. Nadie le dice nada, porque están acostumbrados a que se salte las reglas. Mientras fuma, observa en la pared la imagen de una mujer. La misma que la víctima llevaba tatuada en lo que una vez fue su brazo. Manel sonríe y saca el móvil. Como ocurrió con el tatuaje del brazo, la cámara es capaz de reconocer el código QR disimulado en los ojos de la mujer. La forma que tenía el local de dar a conocer su mercancía. Hasta ahora.