LA NOCHE DE SAN LORENZO
JOSÉ GÓMEZ PAREDES | WALT WHITMAN

Le repito que no hay ninguna prueba. Lo que usted afirma no deja de ser más que intuiciones, presentimientos sin fundamento- recitaba el inspector de policía conforme la acompañaba a la puerta.
Si tiene alguna nueva noticia, no dude en informarnos- la despidió con displicencia. Antes de marcharse, Inés, insistió en preguntar si no había encontrado algún objeto extraño. Por qué lo pregunta-. Intuición de mujer- contestó con cierto aire de abatimiento.
Apenas salió por la puerta Inés, el inspector se lanzó al ordenador a bucear coincidencias entre ambos atestados. Poco después llamó a los agentes que practicaron los levantamientos de los cadáveres. Él también tenía presentimientos, pero no podía airearlos.
El viento del este jugaba con los portalones y no dejaban dormir. Inés se levantó a cerrarlos. De vuelta a la cama reparó en la foto de los cuatro amigos, años atrás en el Monte Corona, la noche de San lorenzo, viendo las perseidas. Faltaban dos de la foto, Juan apareció muerto hace 1 año en la dársena de Trasvia, cubierto de algas, algas que tanto asco le daban pisar cuando se bañaban juntos, los dos. El cadáver de Álvaro apareció cerca de la playa de Oyambre, mirando al este, donde buscaba el aliento del viento para surfear. No podía dormir pensando en esa noche y que solo quedaran dos vivos; presentía que se encontraba en el centro de un juego mortal, donde ella era la recompensa.
Inés comenzaba a percibir la presencia de Andrés asfixiante. Siempre lo había considerado pasivo, un ser que robaba la energía a los demás. Lo soportaba porque era amigo de Juan y Álvaro, pero ahora que no estaban ellos, ya no había motivo para seguir viéndolo. Sin embargo, el “superviviente” se hacía presente continuamente. Para él tenía que ser muy duro la pérdida de sus amigos, pensaba, soy yo el lazo que mantiene a sus amigos vivos. En cierta manera, él también lo es para mí.
Tengo miedo Inés – susurró tímidamente, su amigo superviviente, en el chiringuito de la playa de Oyambre, donde habían quedado a comer. Sólo quedamos tú y yo de la foto –. Ella no le prestó atención, se encontraba sumergida no sólo en los recuerdos del amigo, amigo que fue algo más que amigo, que apareció muerto cerca de donde estaban comiendo, si no en un presagio acerca de las muertes. No quería convertirse en una suerte de mantis religiosa.
Ensimismada en sus pensamientos, Inés apenas se percató de la llegada de la policía y de la detención de Andrés; quedó sobrecogida. Sólo despertó de su pesadilla días después de que el inspector le relatara como habían encontrado en la casa de Andrés ropa suya y el resto de los indicios que motivaron la detención.
Estaba obsesionada con usted señorita-, una obsesión que le llevó a matar a sus amigos. Pasado el tiempo, Inés logró sacar fuerzas para volver a mirar el cielo, acertó a ver una estrella surcar el firmamento. Pidió un deseo.