Alfredo Reinosa se había retirado de su trabajo como detective privado hacía varios años, vivía en Madrid, pero la ciudad de Gijón nunca dejaba de llamarlo de vuelta. Caminaba por El Retiro cuando recibió una llamada que lo cambiaría todo. Un amigo de la infancia le pedía ayuda en un caso que parecía simple: Marta Rendueles, una conocida joven de la alta alcurnia gijonesa había desaparecido de su céntrico apartamento y no había dejado rastro alguno.
Reinosa aceptó el trabajo, sin saber que su regreso a la investigación criminal lo llevaría a los rincones más oscuros de la ciudad.
Al día siguiente, tomó un avión con destino a Asturias para comenzar su investigación visitando el apartamento de la joven desaparecida. No encontró nada fuera de lo normal, excepto un ligero olor a rancio en el aire. Continuó la investigación buscando por todos los rincones de la ciudad y descubrió que la joven había estado visitando una serie de clubes nocturnos de dudosa reputación antes de su desaparición. Las pistas eran escasas y la gente con la que hablaba parecía estar ocultando algo.
Una noche, mientras seguía una pista en el puerto de Gijón, Reinosa encontró a un hombre sospechoso en la zona de reparación de embarcaciones. Era un hombre que coincidía con las características descritas por la camarera de uno de los clubes nocturnos que había visitado la noche anterior.
Cuando Reinosa se acercó a él, el hombre salió huyendo. Reinosa lo persiguió hasta la puerta de un almacén abandonado en las afueras de la ciudad.
Reinosa intentó abrir la puerta, pero estaba bloqueada. De repente, alguien lo atacó por detrás y lo dejó inconsciente. Había caído en una trampa. El hombre sospechoso estaba trabajando con una banda de criminales peligrosos que buscaban venganza por la interferencia de Reinosa en sus negocios.
La banda de criminales comenzó a torturarlo, tratando de obtener información sobre la investigación de la desaparición de Marta.
Al tercer día de torturas, el hombre del puerto se acercó a él y le reveló que Marta estaba muerta y que él sería el siguiente.
Reinosa comenzó a sentir pánico y luchó desesperadamente para liberarse de sus ataduras. Justo cuando el hombre blandiendo un cuchillo estaba a punto de acabar con su vida, se escuchó un fuerte golpe en la puerta. El hombre se alejó de él y desapareció en la oscuridad. Reinosa no sabía qué estaba pasando.
La puerta finalmente se abrió y la luz brillante lo cegó. Reinosa se encontró en un pasillo desconocido, rodeado por hombres enmascarados armados.
Justo cuando Reinosa creía estar a punto de morir, se despertó. Estaba en su cama, empapado en sudor. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que había estado soñando.
Aún no había tomado el vuelo para Asturias, pero algo en el sueño lo había dejado con una sensación de inquietud. Reinosa sabía que tenía que tomar ese avión y encontrar a Marta Rendueles cuanto antes.