La Ostería del Gallo
Martín Brocos | Martín Brocos

Amaranta huyó de Sicilia siendo una adolescente. La familia Archirafi había puesto precio a su cabeza, tras encontrar a su primogénito muerto en la cama de la joven. Amaranta se escondió en las calles de Roma hasta que el viejo Pietro, dueño de la Ostería del Gallo, la encontró durmiendo en el interior de un coche aparcado frente a su establecimiento y le ofreció un trabajo. Tiempo después, Amaranta dirigía la Ostería del Gallo para orgullo del viejo Pietro, que no podía estar más obnubilado por los juveniles encantos de Amaranta. Por desgracia para él, tras dejar en su testamento el negocio a Amaranta, sufrió un inoportuno resbalón en la bañera que lo envió al otro mundo. En agradecimiento, Amaranta puso el nombre de Pietro a una de las habitaciones.
Con el tiempo, a las puertas de las habitaciones Amaranta fue añadiendo nuevos nombres. Como el de Giuseppe, un vagabundo que había encontrado la rebosante cartera de un turista. A él le siguió Gian Carlo, vendedor de productos de belleza que acababa de cobrar la herencia de un familiar. O Giulliani, joven delincuente que nunca llegó a disfrutar del botín conseguido en el atraco a una gasolinera. Un vendedor de joyas llamado Antonino Bonino, que mostró orgulloso a Amaranta su maletín repleto de oro y diamantes, fue el último en estampar su nombre en la puerta de la habitación en la que pasó su última noche.
Amaranta había engrosado tanto su cuenta bancaria gracias a sus desafortunados clientes, que decidió marchar a Estados Unidos. Ya tenía comprador para el negocio y el billete de avión en el bolsillo, cuando por la puerta del establecimiento entró Claudio, al que Amaranta acompañó a su habitación con unas pastas y un café, en los que había depositado un potente somnífero. Minutos después, Amaranta entraba de nuevo en la habitación. Claudio estaba inconsciente sobre la cama. Sobre la mesilla de moche había dinero, un revólver y su documentación.
Cuando una semana después, el nuevo dueño de la Ostería del Gallo descubrió el cadáver de Claudio y del resto de clientes sobre sus camas, Amaranta ya disfrutaba de una nueva vida en Estados Unidos. Tenía dinero, se había cambiado el nombre y había abierto una casa de huéspedes.
La autopsia revelaría que Giuseppe, el vagabundo, había muerto por una insuficiencia hepática a causa de su alcoholismo. Gian Carlo, el viajante, debido a un infarto por la emoción de la herencia. El corazón también se le había detenido a Giulliani, por una sobredosis celebrando el robo perpetrado. Antonino Bonino, el vendedor de joyas, había muerto de soledad. Y Claudio, de apellido Archirafi, se había suicidado con su propia arma.
La policía no encontró ninguna prueba que inculpara a Amaranta en aquellas muertes, dando la justicia el caso por cerrado. Solo la propia Amaranta, de la que nadie conoce hoy su paradero, sabe la verdad de lo sucedido en la Ostería del Gallo.