Daba y daba vueltas en la escena del crimen, pero nada le brindaba una mínima idea de lo que sucedió en ese lugar. No parecía haberse perturbado el curso de la vida, esa casa continuaba exactamente igual, transcurriendo como si lo ocurrido con P. formase parte de la cotidianidad.
En ese pajar había sido encontrado el cuerpo desgarrado, golpeado, pateado sin cesar produciéndole daños evidentes en todo su ser. El forense había indicado que varios órganos sufrieron sobreviniendo la muerte por fallas múltiples de los mismos, no soportando el organismo esos maltratos.
El caso se enfrió, pero él seguía especulando sin respuestas sobre el porqué allí la vida continuaba tan apaciblemente. Cómo era que nadie había escuchado absolutamente nada y los papás, quienes habían encontrado el cuerpo manifestaban que esa noche no sintieron ninguna cosa fuera de lo normal.
Que P. no tenía enemigos, era apacible, amable, trabajador, bueno, como se decía habitualmente de este tipo de gente y ratificaba, además, lo que él pensaba, no existía muerto malo, el fallecer nos limpiaba a todos de nuestras miserias.
Caminó por el pajar, se alejó del lugar en el que se encontró el cadáver para buscar otra perspectiva, algo tenían que haber dejado pasar por alto, no existía el crimen perfecto y le incomodaba esa pareja de padres.
La exaltación que expresaron al principio y ahora seguir como si nada, claro, eran muy religiosos y para eso servía mucho creer, para encontrar la paz y suponer que P. se había ido a un mundo mejor en el que se encontrarían alguna vez.
Eso le recordaba a su madre y le hacía sentir, en cierto modo, ternura hacia esa gente, pero aun así no dejaba de sospechar que tenían que ver con la muerte de P. inclusive siendo su hijo o quizás por eso.
Se apoyó de un travesaño, hubo un crujido de madera vencida, cayó hacia atrás, oyó el estruendo que produjo y terminó contra la tierra en un hueco, no muy profundo, lleno de pienso por todas partes, del que tragó cuando dio el grito por la sorpresa, se sintió tan estúpido.
Le incomodaba la espalda, pero más la sensación de ridiculez, así que se quedó allí recostado tomando fuerzas. Finalmente se incorporó para averiguar la manera de salir y escuchó que venían personas conversando, decidiendo acomodarse para disfrutar la función que parecía iba a comenzar.
Eran los padres de P. que discutían, no acaloradamente, pero se sentía que no estaban de acuerdo, así que él afinó el oído en este escenario absolutamente súbito en el que había quedado instalado sin pagar entrada, pero lleno de heno.
El esposo le decía a ella que para qué tanto rezar en donde había quedado P. y seguir pidiendo su descanso eterno, la paz de su alma, que ya nada se podía hacer, no tenía remedio, pero lo que sí, posiblemente, era que ella controlase su ira, cólera, furia, la que finalmente había acabado con la vida de su hijo y un día también, lo haría con la de él.