La palabra
Fernando Mifsut Lozano | Grenuille

La observación es la clave. Sin ella, seríamos náufragos en un mar de incógnitas. Los ojos miran, nuestra mente inquisitiva interpreta y el razonamiento lógico hace el resto. Mi nombre es Martín, hay quien me considera el mejor detective de homicidios de este absurdo planeta.
Me asignaron con cierta premura la investigación de una serie de homicidios que traían de cabeza a mis colegas de Madrid. Tres meses, cinco muertos y ni una sola pista que nos arroje un hilo del que tirar. No podría estar más interesado. Mi fama me precede. Al “chicle” lo desenmascaré en tres días, un jodido ególatra; di con la asesina del “pescadito” viendo las noticias, una psicópata; era muy joven todavía, no es por darme enjundia, pero el caso Wanninkhof lo hubiese resuelto sin pisar Marbella.
Esto era diferente, cinco fiambres sin aparente relación entre si y todos murieron con los oídos ensangrentados y el cerebro hecho misto. Ni balas, ni drogas, ni nada que conozcan los del anatómico forense. En sus casas, en un parque, en mitad de la calle, todos acabaron de la misma forma.
Hoy, sumergido en mis fuentes, he encontrado un dato muy interesante : en la cultura indoaria se creía que existía un sicario implacable que cometía los encargos con la palabra como única arma, sus víctimas morían de repente, derramando sangre por los oídos. El asesino tiene que estar forzosamente relacionado con esto.
He visitado el templo Shirdi Sai Baba en Madrid y me ha atendido Swami, un Brahman muy respetado. Al contarle mi descubrimiento, se ha mostrado esquivo, parecía estar al tanto de los crímenes y lo único que he podido sonsacarle es que un asesino (hatyaara) debe estar haciendo sacrificios (iagña). Luego es cierto, alguien mata pronunciando palabras.
Salgo entusiasmado del templo, sólo tengo que cruzar datos, hablaré con los de la Interpol, seguro que el patrón se ha repetido en otros países. Consultaré la parca lista de indoarios que tengamos fichados y descartaré a los no fanáticos.
Ya te tengo más cerca cabrón, ¿sientes mi aliento?
Ensimismado, me doy cuenta de que alguien me estaba siguiendo. Me vuelvo. Es preciosa, su pelo moreno resalta unos ojazos verdes de mirada líquida, el círculo blanco en la frente contrasta con la túnica de seda amarilla que ciñe su figura esbelta, me mira y dice algo en una lengua que no entiendo, suena así como “mrthi”, juraría que es sánscrito.

– Lo siento, no hablo tu idioma.

Se hace el silencio, tengo esa sensación como cuando te quedas dormido, pierdes el equilibrio y caes sin remedio. Oscuridad. Algo húmedo desborda mis oídos.