Martes, 27 de octubre de 1896.
Ninguno de los cocheros acepta montar en su carruaje a Pascual Ten , verdugo venido de Valencia, que acaba de llegar a la Estación ferroviaria del Carmen en Murcia. Antes, en el andén, entre un ensordecedor griterío, al bajar del vagón del tren correo, ningún mozo se aprestó a tomar su maleta.
En aquel momento supe que recorrer la media legua de distancia que nos separa del Palacio del Almudí, sede de la Audiencia, iba a ser un camino muy largo que habríamos de recorrer a pie, rodeados de miles de murcianos que habían salido a la calle furiosos por la negativa al indulto solicitado. A pesar del enorme despliegue de guardias civiles a caballo y alabarderos, el peligro era muy real, así que di instrucciones de no provocar a la muchedumbre.
Mientras la comitiva enfilaba el Camino Real de Cartagena, recordé el día, hace ya casi tres años, que inicié como teniente del Tercio de la Guardia Civil de Murcia, las pesquisas de un doble crimen. Fue un viernes, 8 de diciembre de 1893, fiesta de la Inmaculada. En el número 7 de la calle Porche de San Antonio, que no tiene porche ni imagen de santo alguna, se ubicaba la Pensión “La Perla Murciana”. Allí encontré asesinado a Tomas Huertas, dueño del negocio, y a Francisca Grieguez, criada de la hospedería de apenas 13 años. Ambos yacían en cruel escorzo, con el rostro ennegrecido y deforme por las horribles convulsiones que sufrieron en su agonía.
Poco antes había acudido en llamada de auxilio el Director del Hospital de San Juan, que poco pudo hacer por los desventurados. Me informó que, con certeza, habían muerto envenenados y que por los síntomas era un veneno de los llamados asfixiantes tetánicos, por las convulsiones que provocan, y que probablemente había sido estricnina, un polvo blanco, inodoro y de sabor amargo, que para hacer su efecto con aquella eficacia terrible debe ser disuelto en alcohol.
De las indagatorias que realicé a criados y huéspedes quedó demostrado que el fallecido Tomás había tomado café con su mujer, Josefa Gómez, conocida por “la Perla”. A pesar de notarlo amargo, ante la insistencia de ella, lo bebió, y salió en dirección al Teatro Romea. Apenas a unos metros del portal lo encontraron unos vecinos retorciéndose de dolor en el suelo, llevándolo de vuelta a casa.
Un huésped dijo haber visto a Francisca, la criada muerta, haber bebido el poso del café que quedaba en la taza de Tomas mientras limpiaba la mesa y antes de fregar la vajilla. Poco después caía fulminada en el patio.
Tras los careos, indagatorias y registros, se comprobó que la tal Josefa Gómez estaba en relaciones adulteras con Vicente Castillo, un antiguo huésped. Que juntos habían convenido el asesinato y que solo las sospechas originadas por la muerte de la joven criada les había llevado a ser descubiertos y condenados, el a cadena perpetua, ella a garrote vil.
(La historia es absoluta y terriblemente verídica).