La policía llevaba varios días buscando a Faustino. Otra mujer se había atrevido a denunciarlo, y esta vez todo apuntaba a que daría con sus huesos en la cárcel. Pero para eso era necesario encontrarlo.
Registraron su casa y se llevaron pruebas que demostrarían todos los delitos de los que hacía años se le venía acusando. Faustino era un pervertido que disfrutaba fotografiando a jovencitas que se bañaban en el río o tratando de engañar con chucherías a las niñas que salían del colegio. En el pueblo todos sabían lo que aquel malnacido trató de hacerle a su propia hija, así que su desaparición suponía un alivio para todos en el vecindario.
Tras varios días de búsqueda infructuosa, decidieron recurrir a los servicios de Selena, una pitonisa que lo mismo curaba el mal de ojo que encontraba unas llaves. Poca fe tenían los investigadores en que aquella pantomima diera resultado, pero poco tenían que perder, y los vecinos querían saber dónde estaba Faustino.
-Veo una soga…y un viejo roble……A este se lo han cargado, y no me extraña, sentenció la vidente. Se lo tenía bien merecido.
No quedaron muy convencidos los agentes, pero el pueblo creyó a pies juntillas las palabras de Selena, que siempre había acertado en sus vaticinios. Pero, a la mañana siguiente, apenas romper el día, mi madre y yo nos dirigíamos a un sembrado, cuando, como una siniestra aparición, nos encontramos a Faustino.
Balbuceando no sé qué guarradas, se vino hacia mí. Pero antes de que pudiera tocarme un sólo pelo, mi madre le había asestado un buen golpe con el azadón. Ya en el suelo, lo remató, y entre las dos lo arrastramos hasta el bosque. Allí, con una soga al cuello y colgando de un roble, se confirmaron las predicciones de la vidente. No íbamos a dejar que un pequeño error echase por tierra el prestigio de Selena.