La prioridades de Joan
ANTONIO DE TORRE ÁLVAREZ | Schreiber

La calle rebosaba de gente, pero Joan caminaba cauteloso mirando de reojo a derecha e izquierda. No quería verse sorprendido otra vez por los agentes del inspector Matas, que solían vigilarlo en corto desde la última redada en los muelles. Esa tarde les había dado esquinazo, o eso pensaba él, y podría moverse con algo más de soltura.
Estar en el punto de mira de la policía era un incordio. Su credibilidad se resentía y después le costaba mucho reconstruir su reputación ante sus «socios» de los bajos fondos.
Extrajo una cajetilla de tabaco del interior de su chaqueta, tomó un cigarrillo y lo prendió con un Zippo que le había regalado uno de esos socios, un cabrón que lo quiso delatar años atrás, sin saber que también él tenía ojos y oídos en la comisaría, y pudo librarse de la batida, pero el mechero se lo quedó, para no olvidar jamás que siempre hay que mantener la guardia en todo lo alto.
Ya faltaba poco, cien metros más o menos. Iba a encontrarse con otro de sus colegas, el «Fusco», con el que quería cancelar una deuda por un favor que le había hecho, antes de que fuera demasiado tarde. No soportaba que un día lo enviasen al otro barrio y su nombre quedase enfangado para los restos por una cuenta pendiente. Para Joan devolver los favores y saldar las deudas era prioritario. Eso y ayudar a alguien del gremio o a su familia cuando pasaban por un bache, o lo llevaban al trullo. Si no tenía medios, se los sacaba a quien los tuviera, casi siempre miembros de la misma clase favorecida, como decían ahora.
Alcanzado su destino, tocó tres veces el timbre del portero automático. El sonido de la puerta confirmaba sin responder que sabían que llegaba a la cita. Subió los dos pisos sin esperar al ascensor, y penetró en la vivienda cuya puerta se abrió ante él sin llamar.
—¿Lo traes todo? —Dijo uno de los vigilantes ya en el interior del domicilio.
—Se lo daré al jefe, si no te importa —Respondió mirándole a los ojos desde muy cerca, y apartándolo con el dorso de su mano derecha, mientras penetraba hasta el salón.
—¡Joanito, qué borde eres a veces! Venga, pasa y tómate algo, que te estábamos esperando —dijo el socio con una jovialidad que no se correspondía con la gravedad del rostro de Joan.
—No gracias, me voy enseguida, me ha costado dios y ayuda, pero aquí está, como te prometí, ya estamos en paz —y emprendió la retirada deshaciendo el camino del pasillo hacia la calle—, lo mejor que puedes hacer es largarte de aquí enseguida o prepararte, no te digo más —dijo ya desde la puerta, y salió.
Dos minutos después, una patrulla de la unidad de narcóticos descendía desde el tercer piso y sorprendía a Fusco aún con la mercancía y mucho dinero sobre la mesa.
Operación limpia. Joan había saldado dos favores en la misma tarde. Una cuestión de prioridades.