Había entregado los resultados de las determinaciones esa misma mañana. El ADN confirmó lo que ya todos sospechaban. El silencio se hizo en la sala de reuniones. No era el primer caso de ese tipo en el mundo, pero para todos los presentes, sí que lo era.
Era un pueblo pequeño. Todos se conocían, se consideraban una familia los unos a los otros. Y, como en las mejores familias, acababan de confirmar que tenían un monstruo.
A través de la cristalera de su laboratorio, Eva Duarte observaba a sus compañeros moverse inquietos, preparándose para la detención. Desvió la vista y la clavó de nuevo en la pantalla del ordenador. Había repetido el análisis tres veces y no recordaba cuántas más había repasado los resultados en el GeneMapper antes de entregar el informe. No había ningún error. La coincidencia estaba fuera de toda duda. Y ahí estaba de nuevo repasando el perfil genético y viendo como los marcadores coincidían perfectamente. Señalando al asesino.
Todos lo conocían. Todos lo saludaban por la mañana. Ernesto. Ernesto García Garrido. El hijo mayor del anterior alcalde. Amable. Educado. Locuaz. Inteligente. Perfeccionista. Algo soberbio, aunque también el alma de las fiestas del pueblo. Un lobo con piel de cordero.
Ocho niños. Ocho pequeños del pueblo habían sido atendidos por la única psicóloga cuando sus padres vieron un comportamiento extraño en ellos. ¿Signos de abusos?
Los primeros en los que se fijaron los investigadores fueron sus familiares más cercanos. Pero los testimonios eran contradictorios y las pistas llevaban a callejones sin salida. No había marcas. No había restos biológicos. Nada se podía concluir.
Un niño más. Desapareció la mañana del tres de marzo, casi un mes atrás. Su pequeño cuerpecito apareció dos semanas después. Limpio. Inmaculado. Con huellas indetectables. O eso creían. El forense no se rindió y sacó huellas y tomó muestras con hisopos de todo lo que llamó su atención e incluso de lo que no la llamaba. Y ahí estaba. Esa saliva no era del pequeño. ¿Y de quién era? Era una muestra pequeña. Minúscula. Ínfima. Insignificante.
Pero para Eva, la responsable del laboratorio, fue más que suficiente. Extrajo el ADN como si de un tesoro se tratara y la PCR hizo el resto. Y ahora miraba el perfil genético otra vez en la pantalla del ordenador.
En cuanto informó que tenía un perfil distinto al del pequeño, el pueblo entero se volcó. No era muy grande. No había muchos habitantes, pero el ayuntamiento se llenó la mañana en que se les citó para tomar la muestra. Incluyendo Ernesto. El perfecto Ernesto al que ahora vio entrar por las puertas de la comisaria, las manos esposadas a la espalda, aunque con un caminar altivo aún.
Sus ojos se encontraron un momento. Ella no mudó la expresión, sino que lo siguió con la mirada, y antes de que la puerta de la sala de interrogatorios se cerrara vio cómo el rostro de él mudaba en pánico. Lo tenían. Y él lo sabía.