La séptima prueba.
Santiago González Torrejón | Santi G. Torrejón

Este es el séptimo mensaje que recibo. Acabo de llegar a mi despacho. Suena el intercomunicador. Es mi jefe. Sé que le gusta que le llame “jefe”.
—Qué hay, Rachel. —Su rostro poroso e insatisfecho aparece en la pantalla sobre una imagen con interferencias.
—Mi Teniente, acabo de llegar.
—¿Qué dice el mensaje?
—No lo he abierto.
—Te dije que recibirías un séptimo mensaje. —suspira en señal de desaprobación— y por lo que veo, no has actualizado tu software. —su cara se pierde en un mar de líneas discontinuas.
Abro el mensaje. La séptima víctima espera a unas manzanas de allí.
—Mi teniente…, —Me muestro condescendiente. Sé que soy un objeto atractivo para él. A los humanos les gusta sentirse superiores ante los androides, pero ya nadie les llama así: humanos
—¿Está muerta?
—No lo sé.
—Te lo advertí. —una sonrisa sale de la comisura de su boca. —Tienes que actualizar tu software de una puñetera vez. —Ahora don macho alfa cumple su papel.
—Lo haré. —dije con voz sumisa: la mejor estrategia ante un primate embravecido.
Cierro comunicación después de oír una de sus expresiones preferidas: “guapa, esos cabrones son tuyos”.
Me dirijo al lugar de los hechos.
La niña lleva un vestido blanco con ribetes de purpurina. Está sentada en un sillón. Tiene los ojos abiertos, y parece sonreír con una mirada de ojos azules que te dice: “has llegado tarde”.
Se repite el modus operandi: Siete años, rubia y huérfana.
Examino su cuerpo: los huesos están rotos; más bien parece una muñeca de trapo. Como en los otros seis casos, el asesino se ha esmerado en presentarlas con el mismo crucifijo entre sus manos: una talla de color negro donde la mirada de Cristo es fría y penetrante.
—Jefe, está muerta. —digo con indiferencia. Un androide siempre ha de mostrarse más frío que un humano.
—¿Por qué no regresas a casa, descansas, y te inoculas la jodida actualización?
—Prometo hacerlo, jefe. —Entono las palabras con signo de derrota.
Sin embargo: ¿Cuántos androides quedaban con mi versión? ¿Por qué la sociedad se iba a la mierda? ¿Por qué moría gente inocente y nadie lo remediaba?
Me presento en el apartamento del Teniente. Él me espera sentado en su amplio sofá. Sé lo que espera de mí y cree que tengo instalada la nueva actualización.
Le digo que se ponga cómodo. Registro su dormitorio. El armario está repleto de vestidos blancos, con falda de vuelo y purpurina, de la talla de siete años, de cada uno de ellos cuelga el mismo crucifijo.
Las nuevas actualizaciones no modifican nuestro aspecto físico. Sigo siendo una mujer atractiva de sinuosas curvas. No disponemos de orificios, pero somos expertas en administrar el placer exacto en cada individuo.
Lo encuentro desnudo y sonriente. Vuelve a pronunciar aquellas palabras: “guapa, ven aquí con tu jefe”.
Espera una felación, pero mi actualización software aun permite el asesinato en caso de delito con pruebas.