Era una tarde sofocante de verano en Madrid, la ciudad parecía estar atrapada bajo una bóveda de fuego, y el sudor se pegaba a la piel de quienes se atrevían a salir a la calle. En ese infierno, el detective Martínez se encontraba en su oficina inmerso en la investigación de un caso que había sembrado el terror en la ciudad, rodeado de archivos, tratando de encontrar la pieza clave que lo llevara a descubrir al asesino en serie que estaba acechando a la ciudad, y su modus operandi parecía imposible de descifrar. A pesar del aire denso que circulaba por la habitación, Martínez se aferraba a su instinto y habilidades en psicología criminal para encontrar al asesino. Después de unir muchas pistas, logró encontrar un patrón en los asesinatos, varones de 46 años que vivían a pocos kilómetros de distancia del lugar donde él había nacido.
Su corazón sentía que cada vez estaba más cerca del culpable. Pero justo cuando pensaba que estaba a punto de resolver el caso, hizo un descubrimiento escalofriante: él era el siguiente en la lista del asesino. El corazón de Martínez latía con fuerza mientras se encontraba en una situación sin precedentes: estaba investigando su propio asesinato, y la línea entre la vida y la muerte se había vuelto más borrosa que nunca.
Martínez no sabía qué hacer. Sentía una extraña mezcla de miedo y determinación. Por un lado, sabía que tenía que seguir adelante con la investigación y encontrar al asesino antes de que fuera demasiado tarde. Por otro lado, no podía evitar sentir que su tiempo se estaba acabando.
Se dio cuenta de que tenía que actuar con rapidez y utilizar todo su conocimiento y habilidades para protegerse a sí mismo y a las personas cercanas a él. Comenzó a investigar su propia vida, su pasado, su entorno, buscando pistas en cualquier rincón. Sin embargo, mientras profundizaba en su propia vida, descubrió algunos secretos oscuros que había mantenido enterrados durante años. Secretos que podrían ponerlo en peligro y que podrían estar relacionados con los asesinatos que estaba investigando.
La tensión aumentaba a medida que Martínez se acercaba cada vez más al asesino. La adrenalina lo mantenía alerta en todo momento, observando cada sombra y escuchando cada sonido. Sabía que no podía confiar en nadie y que el asesino estaba siempre un paso adelante.
Finalmente, después de una intensa investigación, logró reunir suficientes pruebas para identificar al asesino y detenerlo justo antes de que le pudiera atacar. Una sensación de alivio y triunfo lo invadió al saber que la ciudad podía volver a estar en paz.
Pero a medida que el caso llegaba a su fin, Martínez se dio cuenta de que nunca volvería a ser el mismo.