Todo el mundo esconde secretos, y yo tenía el mío. Siempre había anhelado en convertirme en una sombra. Admiraba la proyectada en la Catedral de Santiago, asemejando a un peregrino medieval que cada tarde soleada parecía cobrar vida. Se aparecía imponente entre las dos plazas milenarias, la de Platerías y La Quintana. El escenario era el idóneo. Un auténtico espectáculo visual. Yo quería ser él. El poder de las sombras es infinito. Ser visible sin ver visto.
La tranquila ciudad gallega se había despertado sobresaltada por la noticia de la aparición del cadáver de una peregrina en los alrededores de la Catedral. Era el día grande de la festividad del Apóstol, por lo que el revuelo fue mayor. Laia, la inspectora jefa, maldecía la oportunidad del día elegido.
El grupo de homicidios llevaba trabajando toda la noche en el ya bautizado Caso de la Sombra del Peregrino. La puesta en escena se antojaba esperpéntica, un cadáver postrado ante la sombra que emergía en la pared de la Catedral.
Llevaban toda la noche en el interior de la Catedral interrogando a la comunidad religiosa que, en el momento del homicidio, se encontraba ultimando los detalles ante la llegada de SSMM Los Reyes de España, para oficiar la Ofrenda al Apóstol, en apenas unas horas.
Laia hizo un gesto a su compañero Bugallo. Era la hora de intercambiar la información recabada. El sol, que ya asomaba en las primeras horas del día, les cegó a la salida del templo. Al llegar a comisaría, observaron las fotos que le habían enviado los peritos judiciales; producían escalofríos por la teatralidad de su conjunto. La mujer yacía en el suelo, rodeada de velas, y con un ramo de rosas blancas entre sus manos. Había sido vestida con una atuendo de monja y parecía inmersa en un sueño placentero por la sonrisa que dibujaba el rictus de sus labios. El asesino les estaba queriendo decir algo.
Bajo la premisa de que todos son sospechosos incluida la víctima, Laia y Bugallo cerraron el círculo en torno a una monja, que había levantado sus sospechas por la frialdad que mostró durante todo el interrogatorio. Demasiado preparadas las respuestas.
Con el paso de la horas, Laia fue colocando todas las piezas del puzle. Entrada la noche pudo descifrar el mensaje que la asesina había dejado. El del amor prohibido. Tras la detención de la religiosa, ésta había confesado. Había matado por amor. Un amor socialmente mal visto, un amor imposible entre dos mujeres. La asesina había hecho realidad, salvando las distancias, la leyenda milenaria, que contaba que la sombra era la de un cura de la Catedral de Santiago, quien todas las noches se escapaba para ver a su amada, una monja del Convento de San Pelaio.
Con lo que no contaba la asesina era con que Laia, también fuese una fanática de las leyendas de su tierra. La de la Sombra del Peregrino era su preferida.
Todos guardamos secretos y Laia también tenía el suyo.