LA TRAVESÍA
Esther Pedrosa Varela | El polizón

Las manos sudorosas. Temblándonos las piernas. Casi sin respirar, nuestras palabras eran susurros.
Quinze almas hacinadas, sin apenas luz. Dos agujeros en la estructura de acero del habitáculo nos permitía ver qué sucedía en el exterior. Únicamente dolor y sufrimiento.
En alta mar, niños que lloran, mujeres intentando calmarles, hombres con rostro serio. Ayer noche partimos de Puerto Sudán.
35 años de mi vida con grupos rebeldes. Sangre, odio, matanza de la población civil, hambre, mucha hambre y enfermedades. La muerte el peor látigo del conflicto de nuestro pueblo.
Nos sudan las manos, nos falta el aliento. Uno de los compañeros en árabe nos comunica al grupo que no hablemos en alto. El buque ha efectuado una parada. Voces afuera. Un silencio eterno. Corazones encogidos.
15000 libras sudanesas por una travesía de 32 días en un buque portacontenedores.
Un cargamento de neveras reutilizables dentro del contenedor. En Puerto Sudán la «mafía» informó al cabecilla del grupo que tendríamos víveres para todos en los 20 primeros frigoríficos.
Mientras el buque estaba en maniobras de mantenimiento, el cabecilla nos fue metiendo uno a uno dentro del último de los contenedores en el puerto.
Subir al buque estaba hecho.
Sin saber nadar, lo que nos preocupaba es que no nos dieron chalecos salvavidas pero sobre todo no llegar a Algeciras.
20 dias de travesía, alguien al lado de uno de los agujeros susurró que estabamos en el Puerto de Argel. Nos dice que hay 2 funcionarios de Aduanas. Están decidiendo qué contenedores abren antes de autorizar la salida del buque con destino a Algeciras. No se acerca demasiado al agujero por temor a ser visto. El corazón en un puño.
Un hombre desde el puente del Puerto con un altavoz les grita. Ríen. Parece ser que les comunican que deben permanecer delante de los precintos de nuestro contenedor. Deben esperar a que él se reúna con ellos.
Entonces noto que he mojado los pantalones y un sudor frío recorre mi frente.
4000 Kilómetros dejando 35 años y família en Sudán para estar con el corazón en un puño. Ahora me toco los brazos con las heridas de metralla. Me vienen imágenes de tanques, las ametralladoras y los helicópteros sobrevolando nuestras cabezas en Sudán.
Cuando están a punto de romper los precintos de nuestro contenedor, al hombre del altavoz le suena el móvil. Los tres hombres discuten.
No se sabe qué pasará.
Un silencio de ultratumba.
Al día siguiente, el buque reemprendía la travesía. Todos con un deseo de alcanzar o no la libertad.