LA TREGUA
MARIAN LUQUE ANTÓN | Maluan

Comenzó a llover y una multitud de paraguas de todos los tamaños y colores se abrieron de repente. Yo acababa de llegar a la ciudad y aún no me había acostumbrado a este clima tan cambiante.
Me puse el periódico en la cabeza y corrí hasta los soportales más próximos, procurando no chocarme con la gente que iba de un lado para otro evitando la lluvia que ahora arreciaba con más fuerza. Miré el reloj. Aún me quedaba media hora hasta mi entrevista con el inspector de policía y la comisaría no estaba lejos.
Me decidí a entrar en una cafetería cercana. Dentro, a la clientela habitual se sumaban los que como yo, intentaban guarecerse de la lluvia. Una mujer llamó mi atención. Sujetaba un cigarrillo sin intención de encenderlo, como si formase parte de su mano y sobre la barra medio martini nada apropiado para una hora tan temprana.
Me dirigí hacia ella y sin mediar palabra encendí una cerilla. Ella me miró desde sus ojos negros, abrió un poco los labios y se puso el cigarrillo en la boca. Inspiró hasta consumir un poco el pitillo y espiró una bocanada de humo rozándome la oreja. Cuando dejó de fumar, cogió su bolso, me dirigió una sonrisa encantadora, y se levantó rozándome el brazo al pasar. Por fín llegó el camarero y me preguntó si quería tomar algo. Pensé en el martini de la desconocida, pero recordé que luego había quedado con el inspector Suchet y no sería adecuado que oliera a alcohol, así que pedí un café solo.
Me entretuve repasando las notas de mi libreta sobre el caso que traía entre manos. El día anterior la policía había encontrado el cadáver de una tal Margot Guillón, de veinticinco años, en la cocina de su casa y me habían encargado a mí la investigación de su muerte. La chica trabajaba en unos grandes almacenes, tenía novio y compartía apartamento con dos estudiantes universitarias. Una de ellas la había encontrado cuando regresaba de sus clases. Una vida aparentemente normal, pero revisando los interrogatorios, sus compañeras de trabajo pensaban que era un mal bicho, su novio había roto con ella hacía unos días y su familia se limitaba a una madre alcohólica con la que apenas tenía relación.
Y entonces tuve la extraña sensación de que en realidad era bastante triste que a nadie le importara una mierda que Margot hubiera muerto.
Levanté la vista de mi libreta y miré hacia la calle. La lluvia estaba dando una pequeña tregua y tímidos rayos de sol se deslizaban hacia las aceras. Pagué mi café y salí fuera. Aún permanecía en el aire el humo de la mujer de ojos negros.