El temblor de sus manos se mezclaba con extraños momentos de flacidez. Lo habían descubierto. Sabían que había sido él. Irían a buscarlo. No tardarían mucho. Después de tanto esfuerzo. De tantas falsas migas de pan, había cometido un error y ellos lo habían aprovechado y lo habían resuelto. Intentó calmar el desbocado latido de su corazón. Tenía que calmarse. Ahora no podía perder el control. Todo lo que hiciera ahora era de suma importancia y no podía permitirse cometer el más mínimo error si quería que las aguas del río acabaran en buen cauce. Quedaba el último esfuerzo. Y luego sería libre.
Se arreglaba el cuello de la camisa frente al espejo con toda la calma de la que era capaz pero sus manos se crispaban sin control de vez en cuando. Al final habían encajado todas las piezas y habían visto el rompecabezas. Se sacudió una pelusa de la solapa de la chaqueta y estudió su perfecto aspecto en el espejo. Como siempre. Incluso en los momentos más difíciles él estuvo impecable y tranquilo, porque él nunca perdía el control. Y ahora era un momento difícil. Le quedaba una última carta que jugar para terminar la partida e iba a jugarla bien. Porque había llegado el momento de terminar.
El timbre de la puerta lo sobresaltó y dio un respingo sin poder evitarlo. Suspiró hondo. Cálmate. Ya está todo hecho. Ya no hay vuelta atrás. Contó hasta veinte. La llamada se repitió, esta vez los nudillos golpeando en la madera. Quizás con un poco de impaciencia. Habían esperado ya demasiado como para tener que esperar más aún.
El hombre que tenía frente a él sudaba ligeramente, diminutas perlas de sudor brillaban en su frente. Iba bien arreglado. Sus ojos se encontraron y el silencio se hizo entre los dos durante unos largos minutos. Lo estudió. No era joven, ni demasiado mayor. Bien peinado. Atractivo. Vio la resolución en sus ojos. Quizás la partida había terminado antes de lo que él pensaba.
Lo observó de arriba abajo cuando la puerta se abrió. Muy limpio, muy arreglado. Perfecto. Nada que ver con lo que él sabía que era. Sintió el sudor en su frente. Intentó calmar a su desbocado corazón que le gritaba con fuerza que se arrojara contra él. Tragó el nudo que se le había hecho en la garganta antes de hablar.
Tomó aire con suavidad. Sí, había llegado el momento y, por lo que vio, su carta en la manga ya no serviría para nada. Era tarde.
—¿Ernesto García Garrido?
El otro hombre tragó saliva antes de hablar pero la voz fue clara y autoritaria. Asintió.
—Soy el detective Núñez. Todo ha terminado. Queda arrestado por el asesinato de Pedro Méndez y el abuso de varios niños más. Le leeremos sus derechos. Todo lo que diga podrá ser utilizado en su contra. Acompáñenos.