Escuchó algo caer en el buzón. Estaba segura de que era la última carta.
Hacía ya diez años que había recibido la anterior. Y. Y de Yugo. Había estado recibiendo esas notas durante meses, desde que publicara su primera novela y su nombre se hiciera un hueco entre los autores más vendidos de la temporada. Nunca pensó que aquella historia fuera a tener tanto éxito y aquello, además de sorprenderla, le gustó.
Pero entonces comenzó a recibir las cartas. Recordaba dónde y cuándo había encontrado cada una de ellas. A de Amor, fue la primera. Apareció entre uno de los cientos de ejemplares que había llevado a una de sus primeras firmas.
La segunda asomó pegada a un peluche que alguien le había regalado durante otra de las presentaciones de su libro. B, B de Benevolente. Nunca le contó a nadie lo de las notas, ni siquiera a Marco, su agente, su amigo y confidente. Era un escritor frustrado que había triunfado representando a otros. Lo conocía desde la infancia y no dudó en trabajar con ella desde que comenzó a escribir. Sabía que se pondría como loco, que querría ir a la policía, pero ella sabía que las notas eran inofensivas y no quiso preocuparlo.
Quitó hierro al asunto durante mucho tiempo. Las notas no parecían amenazadoras, ni iban más allá de ser palabras sueltas en una hoja de papel manuscrita. Aunque poco a poco, las palabras fueron cambiando de tono y aparecían en lugares más privados. L, L de Lucha apareció dentro de su bolso. M, M de Mordaza la esperaba en el limpiaparabrisas de su coche. Hasta que Y, Y de Yugo, entró deslizándose por debajo de la puerta de su casa.
Habían pasado diez años. Esa fue la última. La Z nunca llegó. Aquellos recuerdos volvían de tanto en tanto, pero hacía tiempo que no pensaba en ello. Hasta ese día. Caminó temerosa hacia el buzón. Alargó su mano y lo abrió. No podía creerlo. Nunca el folleto de una pizzería había causado tal pánico. Se rio avergonzada y todavía hecha un flan.
Había quedado a cenar. Marco la llamó por la mañana y le dijo que tenía buenas noticias. La citó en el restaurante de siempre a eso de las nueve. Ella se duchó, vistió y maquilló bailando al ritmo de la música, que sonaba más fuerte de lo normal. Estaba aliviada y contenta.
Llegó al restaurante y allí estaba Marco. Puntual, como siempre. Ella se sentó y dio un largo sorbo a la copa de vino. Su paladar no pudo apreciar la presencia del arsénico. Él puso su mano sobre la de ella y un papel se deslizó entre sus dedos. Z de Zanjar.