El cuerpo aún está caliente, y los adoquines del casco histórico fríos como el filo de la navaja que el asesino usó para seccionar el cuello de su víctima. La superluna luce más brillante que el sol de verano, pero no hay ni un solo testigo.
El detective ordena acordonar la zona y observa los transeúntes porque sabe que el criminal está cerca, satisfecho porque les ha burlado por undécima vez. Le han apodado el Matador de Cumcalca porque todas las asesinadas habían sido clientas de uno de los doce restaurantes la misma noche que fueron degolladas. Han interrogado a empleados despedidos, investigado la vida de los dueños, incluso han indagado en los negocios que se beneficiarían del descenso de clientela de la cadena de restaurantes de lujo, sin resultados.
Las palabras están clavadas en su mente como el cuerpo de Jesús en la cruz. Buenas noches, Detective Stevenson: Hoy será a las 02.00 en la plaza contigua. Y ya solo me queda una. Las misivas las recibía por mensajería urgente minutos después del crimen.
El médico forense ha constatado que el asesino es fuerte y conocedor de anatomía, por las incisiones perfectas y muertes instantáneas. La psicóloga forense concluyó que, al no haber identificado relación entre las asesinadas, la elección era aleatoria, y posiblemente se trate de un trastorno de identidad disociativo. Su entorno le considerará educado y amable, y probablemente tenga estudios superiores. También subraya que, al ser el receptor de sus cartas, podría tener un vínculo directo con Stevenson, y en el fondo desea que éste le aprese, por lo tanto, descubrir la conexión sería la clave para atraparlo.
Ha asesinado a una clienta por restaurante y noche de luna llena, por eso saben dónde y cuándo ocurrirá el último crimen, también saben que si no le cogen esta vez podría desaparecer para siempre.
El detective no duda que el caso es personal, pero solo él sabe que conocía a varias víctimas íntimamente. Investigaron los entornos de las mujeres y no encontraron ningún sospechoso que no tuviera coartada sólida.
El mes siguiente, Stevenson alquila un piso enfrente del restaurante. Pasa las horas en la ventana, solo, prismáticos en mano, observando cada movimiento en el local. La luna llena ilumina como un foco al mensajero que se dirige al portal, así se confirmaría que el asesino le vigilaba. Se pone la cazadora y enfunda la pistola. No informará del contenido del último mensaje todavía. Te espero en la esquina en cinco minutos. Ven y me cogerás in fraganti. Se acerca al callejón con precaución. Está impaciente, necesita acabar con esta pesadilla, pero debe mantener la calma para que Hyde desaparezca de su vida. Una nube cubre la luna ensombreciendo el callejón. Sonríe. La joven es un blanco fácil. El asesino se acerca por la espalda. El corte es rápido y preciso. Se acabó. La última víctima yace ahogándose, rodeada de sangre, mientras el detective se aleja del callejón y llama los refuerzos.