LA ÚLTIMA VICTORIA DE SHERLOCK HOLMES
RODRIGO MARTÍN NORIEGA | HAL INCADENZA

La luz del atardecer se filtraba entre las ramas de los abedules de la Mansión Markson, pero el señor Markson ya nunca podría disfrutar del espectáculo. Quien sí contemplaba la escena, absorto en sus pensamientos, era Sherlock Holmes. Detrás de él, su fiel amigo el doctor Watson y el Inspector Lestrade esperaban que Holmes rompiera su silencio. Entre ellos, en un silencio que jamás sería roto, yacía el cuerpo de David Markson, mirando sin ver el techo de la biblioteca, con el rostro congelado en un rictus de perplejidad eterna. ¿Cómo pudo un hombre que siempre lo había tenido todo aceptar en el último segundo que se adentraba en los siniestros páramos de la Nada? Porque Markson tuvo una muerte lenta, lo suficiente para escribir en una hoja de papel” HA SIDO MORIARTY”.

-Un bello atardecer, ¿no cree, Watson?

El buen doctor se estremeció al escuchar aquellas palabras. Holmes era indiferente a los encantos estéticos e incapaz de cualquier efusión poética. Los atardeceres eran para él una simple consecuencia de la rotación de la Tierra.

-¿Se encuentra bien, Holmes? -preguntó Lestrade, que también notaba la extraña energía que desprendía Holmes, nada que ver con su habitual euforia antes de resolver un caso.

-Sí, disculpe, Inspector. Seguro que está usted deseando volver a Londres. Y a mi querido Watson le espera la dulce Mary. La vida debe continuar, al fin y al cabo.

Watson sintió una opresión desconocida en el corazón.

-Bien, no les haré esperar. El asesinato del señor Markson es la plasmación perfecta de un crimen de cuarto cerrado. Sin pistas, sin pruebas. Créame, Inspector, que la autopsia no desvelará nada y si he insistido en que nadie moviera el cuerpo es porque necesitaba verlo todo en perspectiva. Y lo que veo solo me lleva a una conclusión. El asesino de David Markson, queridos amigos, soy yo.

Watson buscó un sillón en el que apoyarse. Lestrade miró al suelo, confuso y con un incipiente enojo en su rostro, como si temiera estar ante una elaborada broma de Holmes, cuyo sentido del humor nunca había comprendido. Pero algo sabía, Holmes nunca bromeaba cuando se tratada de un asesinato.

-Pero, Holmes -intervino Watson-, la nota acusando a Moriarty…

-Un truco barato para señalar a mi viejo enemigo. Una broma pueril. No tiene más sentido alargar esto. Inspector, deténgame. Yo nunca me he equivocado y lo sabe.

Y así era. Lestrade esposó a Holmes y mientras salían de allí Watson vio la sonrisa esquiva de su amigo. La sonrisa de quien disfruta de su última victoria. El asesinato de Markson era impecable, el primer crimen perfecto jamás realizado y Holmes no había podido desentrañar cómo fue llevado a cabo. Obviamente el asesino firmó para la posteridad, pero si Holmes admitía su derrota, Moriarty tendría la más extraordinaria victoria de su infame carrera criminal. Holmes no podía permitirlo. El precio era lo de menos. La libertad no era nada. La memoria de los hombres lo era todo.
FIN