El reloj marcaba las dos y cuarto de la madrugada y Carmen Bastida seguía dando vueltas en la habitación del hotel, de una punta a la otra. Hacía quince minutos que debía haberla llamado, pero el teléfono seguía sin sonar. Cada segundo era una tortura. Corrió ligeramente la cortina y miró. Nada.
Un zumbido sobre la mesilla hizo que se sobresaltara. La pantalla de su teléfono se encendió.
—¿Todavía no han llamado o te has olvidado de mí?
—Todavía nada.
—Carmen, esto no pinta bien. No deberían retrasarse tanto. Debes llamar a Moha.
—Zahir, hemos hecho esto decenas de veces. Llamará.
—¡Pero algo no va bien!
—Debemos de tener paciencia. Confía en él.
—Carmen, esta es la última vez… Júrame que es la última operación.
—Te lo juro.
Carmen colgó.
Pasaron diez minutos más. Carmen se había comido todas las uñas de las manos. El teléfono volvió a vibrar.
—Agente Bastida —era Moha.
—¿Dónde estáis?
—Hemos tenido un problema. Un vehículo nos seguía. Nos ha intentado sacar de la carretera, pero hemos conseguido escapar. Vamos hacia el hotel.
—Vale. Estamos listos.
Carmen se tranquilizó. No mucho. Tenían un confidente en el palacio real marroquí con información muy valiosa para el gobierno de España. Pruebas tan delicadas que acabarían por completo con la relación entre ambos países. Pero tenían que sacarle de allí antes de que los marroquíes lo capturasen. Le pidieron una operación limpia. No podía fallar, pero solo contaba con dos hombres sobre el terreno.
Escuchó un motor. Se asomó por la ventana, pero no era Moha. Un vehículo negro con las lunas tintadas aparcó frente al hotel. No pintaba bien. Si eran los marroquíes el plan se iba a la mierda.
Carmen cogió el teléfono y llamó.
—No deberías llamar a este número… Ya estamos llegando.
—¡Moha, dad la vuelta! El acceso está vigilado. Repito…
Carmen escuchó otro motor. Miró por la ventana y vio al coche de Moha parar frente al hotel. La puerta del vehículo negro se abrió y salió un hombre armado.
Carmen abrió el cajón de la mesilla, sacó el arma y salió de la habitación corriendo. «¡Mierda, mierda, mierda!». Cuando estaba llegando a la entrada del hotel empezaron los disparos. Agachada, se acercó hasta la puerta. Todo fue muy rápido. El vehículo negro salió chirriando ruedas.
Carmen se acercó al coche de Moha. El confidente estaba en la parte trasera. Muerto. La puerta del conductor estaba abierta y Moha estaba tirado en el suelo. Muerto. En el otro lado de la carretera yacía uno de los atacantes. También muerto. Carmen rebuscó y encontró su documentación.
«¿Español? Pero qué cojones…»
Subió a la habitación, tenía que salir de allí cagando leches. El teléfono vibró.
—¡Zahir, ha sido un desastre!
—Sí, me han contado.
—¿Contado? ¿Quién?
—Los agentes españoles. Dicen que van a sacarnos de aquí…
Un disparo interrumpió la frase de Zahir.
Carmen dejó caer el teléfono al suelo. Sus manos temblaban.
«Zahir…»
«Moha…»
«Era la última… La última»
Alguien abrió la puerta.