El copiloto me lleva sobre sus rodillas. Me agarra con fuerza para que no me caiga. El camino tiene muchos baches. Está oscuro. Llevamos ya un buen rato en el coche y ninguno de los dos dice una palabra. Tampoco se deciden a poner algo de música para amenizar el viaje. Se escucha el cantar de los grillos.
Yo estoy quieto, no puedo hacer nada, así que me mantengo expectante, deseoso de ver a dónde me llevan. Al menos me han sacado de la tienda en la que llevaba no sé ni cuánto tiempo. Me han llenado de un montón de billetes. Pobrecitos, todos apretujados dentro de mí.
Por fin comienzan a hablar. Lo hace el conductor. Le dice al copiloto que les queda poco para llegar. Que cuando pare el coche tiene que dejarme en el asiento hasta que los otros les den a la mujer. No piensa arriesgarse. El copiloto asiente y recoloca sus manos en mi parte de arriba, que está recubierta de cuero. La verdad es que estoy hecho de buen material.
El coche se detiene. Los dos hombres se bajan y yo me quedo en el asiento, de pie, con el asa mirando al techo.
Solo escucho pasos lentos sobre la tierra. Algunas palabras frías que no llego a entender. Luego silencio. Más silencio. Hasta que de repente suena un disparo. El conductor grita, muy fuerte, retumbando en el infinito. Luego otro disparo. El grito cesa y el copiloto brama un nombre. Un disparo más.
Ahora solo escucho risas. Parecen tres personas. Pasos rápidos se acercan a mí. Alguno de ellos abre la puerta del asiento en el que estoy. Me agarra brusco del asa. Me tumba sobre el capó del coche y me abre con firmeza. Mis bisagras rechinan. El hombre ríe. Dice que con lo que tengo dentro van a poder hacer lo que quieran. ¿Y conmigo qué van a hacer?
Lo descubro rápido. Me despojan de todos los billetes. Es una pena, los había cogido cariño. Los guardan en una bolsa de deporte que está llena de aún más billetes. El hombre comenta que soy bonito, pero demasiado sospechoso, así que me lanza con fuerza a un lado del camino. Vuelo, dando vueltas y vueltas hasta que caigo sobre un arbusto espinoso que estropea todo mi cuero. Eso me duele.
Tirado en el suelo escucho cómo esos hombres arrancan el coche y se marchan a toda velocidad.
Yo me quedo aquí, sin poder hacer nada, con la esperanza de que alguien me encuentre y me lleve consigo, igual que hicieron hace unas horas el conductor y el copiloto.