LA VISITA
Ricardo Mateos Santos | Ricman

Cinco horas no es demasiado tiempo para casi nada, menos aún para resolver un crimen.

Andrés pasó largos años trabajando en la policía en los que acumuló experiencias de todo tipo. Una bala recibida en la pierna derecha le retiró demasiado pronto y le obligó a dedicarse a la investigación privada donde no había cosechado grandes éxitos. Por eso no entendía porque le habían elegido precisamente a él, un viejo lisiado. O, al menos, así se sentía.

Cinco horas, ese era el tiempo que indicaba la nota que tenía para conseguir lo que hubiera en la caja fuerte y llevarlo al sitio indicado. Una idea invadió su mente: quien escribió esa nota sabía que tendría los recursos necesarios para conseguir ese objetivo pero no dispondría de la energía para descubrir quién estaba detrás de todo esto. Quien fuera le conocía bien, de qué otro modo podría haber accedido a su hijo. En la nota se describía claramente lo que le haría si no lo conseguía.

Cuatro horas quedaban cuando consiguió entrar en un lujoso piso de Serrano y encontrar la caja fuerte. Abrirla fue algo más complicado. Lo que encontró allí no hizo otra cosa que confundirle aún más. Sin embargo, daba sentido a la parte de la nota que decía que debía entregar lo que encontrará “intacto”. Era un simple sobre. Un sobre lacrado.

Pasó la siguiente hora decidiendo lo que hacer. Abrir el sobre quizá fuera una sentencia de muerte para su hijo pero necesitaba algo más. Más información para ir detrás de él. ¿Él?, realmente podría ser cualquiera. Lo que sí tenía claro Andrés era que su angustia iba a ser usada como una herramienta más contra él, sin piedad.

Trató de examinar el sobre cuidadosamente. Contenía algo más duro que el papel, quizá una fotografía. No veía nada más.

A tan solo una hora del final del tiempo marcado, su teléfono vibró con una llamada. Número desconocido. Tampoco reconoció la voz, ni hubo respuestas a sus desesperadas preguntas. El tiempo se acababa y él tenía que llegar con el sobre a donde aquella extraña voz le ordenó.

Allí, esperando, acabó el tiempo marcado. Y varias horas más, inmerso en una profunda desesperación. Tenía que abrir el sobre.

En algo había acertado. Efectivamente se trataba de una fotografía. Una dura y cruel fotografía en la que estaba su hijo. Muerto. Sin duda alguna había sufrido. En ese mismo instante lo entendió todo. Desde el principio no se había tratado más que de una venganza, ya daba igual de quién se tratara ya que su vida acaba de desaparecer.

Desde entonces Andrés está encerrado aquí, en esta institución mental y en su mundo interior. Y por eso no entiendo por qué su periódico se ha interesado por esta historia. Es un un caso muy duro pero creo que no es el tipo de sucesos que ustedes cubren.

El periodista, que no había apartado la vista de Andrés en ningún momento, tan sólo comentó: “tengo mis motivos”.