Eran las siete de la mañana de un frío 13 de febrero en Newham. El conserje Harry Grant, que estaba perdidamente enamorado de Alice Fitzgerald, ambos de mediana edad, le llevaba unas flores a su puerta, Tercero B, cuando vio que estaba entreabierta y, con miedo, la llamó. No contestaba, por lo que avanzó hasta descubrir el cuerpo de su amada totalmente paralizado. Triste y horrorizado, dejó caer su regalo al suelo. Rápidamente contactó con la policía, quienes enviaron a un detective para que investigara los sucesos: Thomas Walker. Era alto, apuesto y poseía grandes capacidades de intuición y observación. Al llegar al edificio pidió que se reunieran todos los vecinos, que eran pocos: Los Lee, una familia china de inquilinos que vivía en el Bajo A, con dos niños pequeños, que trabajaba en el restaurante de enfrente; Margaret y Finn Lennox, la pareja propietaria del segundo B, cuya mujer estaba embarazada y no parecía haberla perturbado aquella muerte; y un joven latino bastante serio que vivía en el tercero A, Eduardo Suárez. Mientras tanto, Thomas investigó la escena del crimen. Observó que la casa estaba muy ordenada y limpia, exceptuando la zona en la que se encontraba Alice, pues había mil libras esparcidas detrás de la puerta. Aquello le bastó para salir al pasillo asegurando que se trataba de un asesinato por envenenamiento, por lo que Margaret comentó que se habría mordido la lengua, y añadió que hablaría con todos por separado. Los Lee dijeron que estuvieron limpiando su restaurante y que los del segundo B la odiaban por los ruidos que hacía siempre; Eduardo dijo que estuvo trabajando y que no se relacionaba con nadie; la pareja aseguró que estuvo durmiendo, sorprendida ante el silencio de aquella noche, y sospechaba de los chinos por la moda de comer pez globo; y el conserje confesó haberse quedado dormido en la garita. Walker se percató de que había una cámara en una esquina y pidió ver las grabaciones de aquella madrugada. Comprobaron así que uno de ellos mentía. A las dos Eduardo entró en el edificio con una jaula en la que llevaba un animal exótico, (comentaba el conserje que parecía una rata), Alice lo detuvo y subieron las escaleras hasta el tercero, donde él le dio algo que no se apreciaba y al marcharse se le cayó una posible prueba, lo que fue a recoger el detective y sonrió satisfecho al encontrarlo. Reunió de nuevo a todos y dijo mostrándoles un diminuto frasco: “El asesino tenía acceso a la toxina del pez globo”. Todos miraron a los chinos, quienes negaron con la cabeza. “No fueron ellos. Alice estaba chantajeándole y usted se hartó… ¿No es así, Eduardo? Cuando supo que estaba traficando con animales exóticos como aquel loris perezoso que llevaba ayer, la envenenó untando los billetes con tetrodotoxina para acallarla. Lo tenemos en vídeo”. Éste, culpable, asombrado por la rapidez con la que lo había descubierto, dijo que necesitaba el dinero confesando así el asesinato, terminando arrestado.