Un grito espeluznante rasgó la noche. El corazón de Serrano comenzó a galopar. Cualquier ruido podría delatarlo. Escondido en el fondo del portal, el detective Serrano esperaba pacientemente la aparición del asesino. No había conseguido verle el rostro, pero la descripción de la emisora coincidía con aquel sujeto que había pasado junto a su coche camuflado. Una persecución silenciosa que le había arrastrado hasta las afueras de la ciudad. El asesino había entrado en el portal y Serrano se deslizó tras él. Pero al escuchar el sonido de los peldaños de madera, decidió esperar para no ser descubierto. Y no podía volver al coche por si el asesino le veía salir del edificio. Llevaba más de media hora agazapado desde que le vio subir, pero no había supuesto que se cobrara otra víctima. Todos los datos indicaban que el edificio se encontraba vacío, pero al parecer el asesino buscaba a alguien…, y lo había encontrado. Se tanteó la sobaquera buscando su arma reglamentaria. Allí estaba. Su «Rita». Aquella «38» que tantos buenos ratos le había regalado. Pasó nervioso sus dedos por el frío contorno de Rita y poco a poco se fue tranquilizando. Miró el reloj. Casi las cuatro de la mañana. Pronto pasaría el camión de la basura. Y la calle comenzaría a volver a la vida.
Unos pasos cuidadosos le sacaron de sus pensamientos. Los peldaños de madera crujían bajo el peso del asesino que descendía. Algo caía repicando sobre la madera de la escalera, parecía lluvia. Serrano no conseguía identificarlo. ¿Habría empezado a llover?, se preguntó. Poco a poco las pisadas bajaban acercándose al portal. El detective Serrano sacó a «Rita» de su sobaquera y se preparó para la acción. Lo primero que vio fue una cabeza chorreante de sangre que colgaba de una mano. No pudo reprimir un grito de sorpresa. El asesino también se sorprendió y se resbaló, cayendo por las escaleras. El detective se rehízo del susto y salió de su escondrijo apuntando al asesino con su arma reglamentaria. El asesino rodó por el resto de las escaleras hasta quedar tumbado sin conocimiento sobre el suelo del portal con la cabeza de una mujer asida por la melena.
Serrano no sabía muy bien lo que hacer. Bajo sus pies tenía a un asesino con la cabeza cortada de una mujer colgando de una de sus manos. No sabía si estaba muerto, o solo herido sin conocimiento. Veía demasiada sangre y no parecía toda de la mujer. De hecho, un gran charco de sangre iba creciendo alrededor de la cabeza del asesino. No sabía si tenía que ayudarle a vivir, pedir ayuda médica o dejarle morir desangrado lentamente. Tenía que tomar una decisión con rapidez.
Se guardó a Rita en la sobaquera, buscó un paquete de cigarrillos arrugado en el bolsillo de su americana, y sacó un cigarrillo. Buscó su mechero y encendió el cigarro mirando al asesino. Serrano exhaló pensativo el humo del cigarro mientras miraba tranquilamente su reloj. Las cuatro en punto.