Las luces encendidas
Serena Durán Sela | Molly Mendo

De las dos luces que estaban encendidas en la segunda planta del 17 Park View, Sofía solo recordaba haber encendido una. Y lo recordaba porque no apagarla le había costado un triunfo. Bernie, a quien todo el mundo se empeñaba en llamar su “madre irlandesa”, se lo había dejado claro: “deja las luces de tu cuarto encendidas, para que parezca que hay alguien en casa”. Bernie estaba preocupada porque hacía dos días habían entrado a robar en casa de sus vecinos los McGarry y estaba convencida que la suya sería la siguiente. Sofía miraba a su alrededor en aquella casa tan austera y no imaginaba qué querría llevarse de allí un ladrón.
El día del robo, Bernie vio pasear por su neighborhood a un hombre de tez morena, extranjero, declararía más tarde. Bernie cada vez recordaba más detalles: su ropa, su altura, su idioma…recuerdos de cosas que nunca habían ocurrido y que en las últimas 24 horas habían puesto a prueba la paciencia de la policía y en particular de garda Kevin Costigan.
Todo esto precipitó la inquietud que Sofía sintió, al girar la llave de lo que sería su home durante los próximos 28 días. Casi de inmediato sintió que algo estaba fuera de sitio en aquel sitting room o living room, como fuera que se dijese. Y maldijo el empeño de su madre, Montse, por convertirla en bilingüe. Montse, era una abogada de éxito de la firma McGarry&sons. Sofia fue una sorpresa para ella y un susto para el padre de la niña, que se marchó lejos al saber de la presencia de un ser en el útero de quien él consideraba un pasatiempo. Montse había criado sola a la niña y ahora con 12 años le tocaba espabilar. Era una niña tímida y aunque otros se empeñaban en ponerle a su timidez etiquetas, Montse sabía que, con los años, esas intensas rarezas no se notarían tanto. Lockmore, era el destino ideal, un pueblo irlandés donde tenían sus raíces los fundadores de su empresa
Sofía entró en casa de Bernie y aquel olor a turba quemada le dio tranquilidad. Todo lo invadía y se hacía más uniforme, pero ni el turf logró evitar que se fijara en aquella mancha, color vino tinto, en el borde de la alfombra. Con un paño viejo y Dettol, se puso a limpiar. Solo la sacaron del trance higiénico las sirenas de los tres coches de policía que aparcaban en la casa de los McGarry. Lo que habían considerado un simple robo, pasaba a otro nivel. Hacía 48 horas que nadie sabía nada del paradero de la joven Heather McGarry.
El garda Costigan no pudo evitar fijarse en una silueta que los miraba desde la ventana del 17 Park View. Sofía se estremeció cuando escuchó el timbre. Bernie no le había explicado qué hacer si alguien venía, porque nunca venía nadie. Paralizada por el desconcierto se escondió en un armario y entonces tropezó con algo frio y blando: Heather McGarry.