El sonido del despertador alertó a la detective Santana de que no sería un día cualquiera. Sentía hormigueos en las manos, nerviosismo y cierta sensación de confusión. Las mismas sensaciones que cuando su padre abandonó a su madre 20 años atrás y nunca más se tuvo noticias suyas.
Su instinto para adelantarse a acontecimientos inesperados y su amplia experiencia y olfato le indicaron, sin ningún género de duda, que la convocatoria de prensa emitida por el alcalde para conocer los entresijos de las labores de adecuación de las antiguas Maretas del Estado, un laberinto de pequeñas cuevas subterráneas construidas a principios de siglo con aljibes que servían de espacios de almacenamiento de agua de lluvia para su posterior distribución a la población, en desuso hace dos décadas, traería consigo esa mañana algunas sorpresas y no todas agradables.
Hoy no es un día normal. No puede ser casualidad que el primer mandatario cursara también invitación para acudir al acto informativo a la cúpula policial de la ciudad, murmuró la detective mientras tomaba su tradicional ducha mañanera gracias a la cual sentía que cada día volvía a la vida y era capaz de comerse el mundo y afrontar cualquier acontecimiento inesperado.
La dificultad para arrancar su coche oficial, por culpa del rocío que suele caer por las noches en esa época del año y que empapa e inutilizada todo de forma serena, silenciosa y poco culpable, era una prueba más de lo torcido que había salido el sol esa mañana. Otra mala señal. Respiró profundamente, trató varias veces de arrancar el motor hasta que lo consiguió y se dirigió directamente al lugar de encuentro con las autoridades y la prensa, sin pasar previamente por la comisaría. Santana sospechaba que fichar ese día en la oficina iba a ser el menor de sus problemas.
–Señorita Santana, gracias por venir– le susurró al oído el asesor del alcalde mientras le agarraba del brazo para apartaba de la muchedumbre. –Tengo que advertirle de que hemos tenido que cambiar de manera inmediata e improvisada el principal objetivo de este encuentro con la prensa y autoridades–.
–¿Qué ha pasado?– preguntó Santana.
El asesor le indicó que le siguiera hasta adentrarse en el interior del laberinto. Fue entonces cuando la detective Santana confirmó sus sospechas. Dos agentes de la Policía Judicial habían acordonado uno de los aljibes y el asesor la miró con cierta condescendencia antes de comunicarle el hallazgo de un cuerpo en su interior.
–Hemos decidido suspender el acto de presentación de un proyecto futuro de uso y gestión de este espacio hasta que se esclarezca lo sucedido– apuntó el asesor sin ahondar más en el descubrimiento. –Como ya está la prensa aquí no tenemos más remedio que informar del hallazgo–, apostilló.
–¿Se ha encontrado algún tipo de documentación?– preguntó Santana.
–Lo siento detective. Se trata de un vecino de la ciudad, Alfonso Santana, un antiguo conductor de camiones de distribución de agua, desaparecido hace 20 años–