LAS MUÑECAS
Javier Alfredo Orellana Castillo | J. A. Orellana

En veinte minutos amanecerá y aún no tengo absolutamente nada contundente para encontrar al asesino. Solo he logrado relacionar las muertes de las adolescentes con el instituto en el que estudié y que todos los cuerpos siguen el mismo patrón de maquillaje y vestimenta, como si de un conjunto de muñecas se tratase.
Será un día ajetreado, en un par de horas tengo que volver a la comisaría y por la tarde vendrá mi exmujer a dejarme a las niñas.
Cerré el ordenador, me acosté en la cama y cerré los ojos. De repente, sonó el teléfono…
– ¡Se ha entregado! – Fue lo único que entendí.
Me vestí de inmediato sin importarme nada y conduje a la comisaría.
No sabía qué esperar, mi cabeza daba vueltas tratando de descifrar el porqué de su confesión voluntaria.
Sin saludar, pasé directamente a la cámara Gesell.
Y lo vi a través del cristal… Serio, inmutable, con su vestimenta impoluta y bien arreglado, sin querer hablar con ninguno de mis compañeros; solo me quería a mí.
Entré a la habitación, me miró a los ojos mientras me dirigía a tomar asiento; tuve que contenerme, no sabía cómo iba a actuar.
– Rubén, ¡Cuánto tiempo sin saber de ti…! – me dijo.
– ¿Nos conocemos? – pregunté.
– Claro; fuimos compañeros de clase.
– … ¿Max?
Ahora recuerdo, íbamos al mismo instituto, aunque nunca tuvimos una buena relación.
Se me revolvieron las tripas… ¿Por qué este interés después de tantos años? ¿Qué tengo que ver yo en la matanza de todas esas menores?
– Eso, cómete la cabeza… – dijo.
– ¿Por qué asesinaste a las diecisiete niñas? – cuestioné.
– Querrás decir diecinueve.
– ¿Cómo?
– Te creía más inteligente. ¿Recuerdas cómo tú y tu grupito de amigos se burlaban de mí y me querían pegar solo por tener una colección de muñecas? ¿Por qué crees que únicamente hablaré contigo? De pequeño me arrebataron lo que más quería; ahora es mi turno.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo mientras intento contenerme, su rostro solo desborda alegría.
– Dímelo y todo acabará -refuté.
– ¿Cómo lo hice? Créeme, es un proceso delicado, tienes que colocarle la ropa, maquillarla, embalsamar la piel para que se conserve, no pueden quedar dos muñecas iguales, aunque sean mellizas, deben tener algo que las diferencie… si no, pregúntale a Carmen. – Me quedó mirando.
Mi mente se quedó en blanco… ¿Cómo conoce el nombre de mi exmujer? ¿Mis mellizas? ¿Diecinueve?

– Ahora sí, mi colección de muñecas está completa – murmuró a lo lejos.
Se acabó…
Cojo mi revolver; el inspector entró a la habitación para detenerme, pero… sin dudarlo un segundo, apretaré el gatillo hasta vaciar el cargador.
Siento tanta rabia que no puedo ni siquiera llorar.
El cuerpo de Max cayó al suelo, las paredes se llenaron de sangre y con su último aliento soltó una gran carcajada.
No es suficiente…
Ya nada me importa. Entraron dos policías, me esposaron y me llevaron a una celda donde probablemente pasaré el resto de mi vida.
– ¡Nos veremos en el infierno, maldito! – grité.