LAS PELÍCULAS NO HUELEN
Soledad María Benítez Leonisio | GUILTY

Abrió los ojos y seguía allí. Jamás podría borrar esa imagen de su mente joven e inexperta; el hedor a podredumbre no se lo permitiría. Ese olor viajaba de sus fosas nasales hasta su cerebro, destruyendo todo atisbo de belleza, taladrando sus sentidos hasta paralizarla.

-¿Se encuentra bien, agente? -le preguntó el inspector tras detectar la palidez de su rostro.

Ella no reaccionó. Se limitó a dejar que su nariz siguiera oliendo, que sus ojos vidriosos mirasen sin ver, que sus labios cerrados atrapasen el grito de horror impulsado por su garganta.

Sintió ganas de vomitar. Cada arcada era un intento de evadir la realidad. Obligaba a su mente a transportarse a la academia, a pensar que ese cuerpo inerte y putrefacto no era más que un maniquí de prácticas. Sin embargo, el olor la traía de vuelta enseguida, la agarraba del brazo, colocándola con un fuerte tirón delante del cadáver y recordándole que ese había sido siempre su sueño… “Como en las películas”. Pero las películas no huelen.

Cerró los ojos en otro intento fallido de que todo fuera una pesadilla. Al abrirlos, el cadáver seguía allí. El cadáver… la máxima expresión de cómo deshumanizar a alguien. Pensó en lo que aquella chica habría dejado atrás sin importarle lo más mínimo. Pensó en sus compañeros de instituto, en el sufrimiento de sus familias, en los exámenes para los que ya no tendría que estudiar. Intentó imaginar qué pasaba por su cabeza cuando caminaba sola hacia aquel barrio tan apartado de todo, incluida la vigilancia policial. “Aquí no me encontrarán” ,“A tomar por culo todo el mundo” ,“Ya no tendré que darle explicaciones a nadie” ,“Verás qué cara ponen cuando se den cuenta de que ya no tienen a nadie con quien pagar sus frustraciones”.

-¡Egoísta! -gritó ante el estupor del inspector, otros agentes y los servicios sanitarios que, evidentemente, llegaban tarde a la cita.

El inspector se incorporó con algo de dificultad, apoyándose sobre la rodilla que tenía flexionada mientras analizaba el cadáver de la niña.

-Acompáñame -la increpó agarrándola por el hombro para guiarla hacia un espacio menos concurrido.

-¿Puedes explicarme qué está pasando? -preguntó con un inminente malestar disfrazado de calma.

La agente novata no respondió. Su mirada seguía perdida y su nariz se empeñaba en capturar el hedor, a pesar de haber puesto distancia.

-¿Eres incapaz de guardar respeto hacia esa pobre niña? Se ha suicidado, ¿entiendes lo que es eso? -gritó con desesperación.

Claro que lo entendía. Lo había vivido muy de cerca; tanto que aún siete años después le seguía doliendo. Seguía preguntándose el porqué. Por qué no le plantó cara a aquellos chicos que abusaban de él en el colegio. Porqué jamás se lo contó a su hermana para que ella pudiera ayudarle. Porqué dejó aquella nota antes de tirarse por aquel acantilado con su bicicleta. Porqué nunca pensó en lo que dejaba atrás. Y sólo encontraba una respuesta a todas esas preguntas: porque era un egoísta.