Rocío aprieta la sábana sobre su cara para no mirar. Ha escuchado un ruido extraño y sabe que la respiración que escucha no es la de Antonio, su marido. Tiembla mientras recuerda las veces que le reprochó el no ponerle seguro a la ventana de la sala. Antonio duerme ahí hace unos meses. Se excusa en el bochorno y deja que pase un poco el aire.
Siente girar el cerrojo de la puerta. «Ha llegado el momento», pensó. Se paraliza y el corazón se quiere salir. Reconoce el miedo. Recibe un primer puñetazo en su mejilla derecha. Luego dos más en el pómulo y la frente. El atacante se detiene y huye.
—Ayuda por favor, alguien entró a nuestra casa. Mi marido está herido en el piso—grita Rocío al operador del 112.
Mientras llega la guardia, se acerca a su marido, pero no le toca. Hay un charco de sangre.
—No hay nada que hacer, señora—, le dice el agente. —Su marido está muerto—, añade.
Rocío, consternada y llorosa es llevada al hospital.
—Golpeado en la cabeza con objeto contundente. No huellas. No restos de ADN. La señora no lo vio Estaba aterrorizada—, dice el detective Ramos. —Los vecinos no vieron ni escucharon nada, es un barrio de viejos—, agrega.
—Tuvo que ser un hombre fuerte. Le rompió el cráneo con mucha violencia—, dice el comisario.
Dos días después, Rocío regresa a su casa donde la espera el detective Ramos.
—Ya le dije que no tenemos enemigos, él estaba pensionado y pasaba en casa. Yo trabajo en una tienda de pinturas hace quince años. No vi al asesino.
—¿Cómo sabe que es «él» y no «ella» ?—, pregunta el detective.
—Una mujer no me hubiese golpeado así.
—Si recuerda algo más, me avisa.…
—Vale—, responde Rocío y dirige la mirada hacia la puerta indicando el fin de la visita.
Sin hilo del cual agarrarse, el caso se pone difícil. Entrevistan a los compañeros de la tienda de pinturas. Dos señoras sexagenarias y un señor como de unos cincuenta y cinco años. Ninguno ha escuchado ni visto algo fuera de lo normal.
—Era un matrimonio feliz—, dice una de ellas. —Nunca se quejaba—, añade.
Luego de unos días, descubre que Rocío ha estado haciendo y recibiendo llamadas de un mismo número. El número corresponde a Sergio Jiménez, el compañero de trabajo de Rocío.
—Fue idea de ella—Yo sólo la ayudé, ella lo planeó todo.
El detective no puede creer su suerte. De la frustración que implica un caso sin resolver a ser resuelto en un día.
—¿Por qué lo mandó a matar, señora?
—Porque lo conocí en la pandemia.
—Señora, usted llevaba veinticinco años de casada con el difunto.
—Sí, pero al monstruo lo conocí en la pandemia.