Bebía un whisky su vecino, o algo parecido a un whisky, lo extraño es que eran las ocho menos cuarto de la mañana, una hora desvariada para estar bebiendo ya o no haber terminado aún. No podía dejar de mirar desde allí, y mientras lo hacía le entraron ganas de salir fuera, de acompañarle y hacer debutar aquel domingo con algo que contar después a la hora de comer. Se llevaban bien, podría saludar un momento y preguntarle qué estaba bebiendo, aunque fuera era invierno, y con dos grados bajo cero su mujer hubiera sentido raro que saliera de casa. Ya se había convertido en una costumbre que caminara descalzo hasta el baño de abajo y mirara por el ventanuco entreabierto mientras miccionaba, maldita próstata, pero tenía que regresar a la cama de inmediato. Ella lo extrañaba si no. Lo llamaba su bolsita de agua, se agarraba a él consciente o inconscientemente y si se despertaba en su ausencia sentía frío y ya estaba de mal humor durante el día entero.
Se vaciaron el vaso y su vejiga al mismo tiempo y antes de terminar su vecino se giró, pensó él que para arrojar el hielo al césped. Lo extraño es que tiró el vaso entero al jardín contiguo, el suyo. Entonces lo entrevió por la rendija que dejaba la ventana abierta del baño, el baño que da a la parte posterior de la casa, donde están juntos sus jardines de cara al campo de labranza y por donde únicamente atraviesa un camino rural; lo entrevió su vecino por un segundo, justo el segundo en el que se estaba sacudiendo el miembro para que cayeran las últimas gotas y no dejar manchado el calzoncillo, entonces, pero lo extraño fue que duró un solo instante el avistamiento y su vecino ni siquiera se inmutó. En ese mismo momento, antes incluso de que él enfundara, de la esquina del camino emergió a toda velocidad una camioneta y en la parte de atrás de la camioneta un hombre orondo que pesaría unos ciento treinta kilos y que a pesar del frío también iba en camiseta de tirantes, como su vecino, le arrojó a éste un bulto con forma de cuerpo humano. Y no sabría decir si lo era a ciencia cierta porque todo el bulto estaba cubierto con bolsas de basura y cinta aislante.
Lo extraño, dijo su mujer a los agentes cuando dio noticia de su desaparición, es que mi marido no bebía. Y después pasó el día entero enfadada.