Efectivamente, querido Watson, nuestras peores sospechas no han hecho más que confirmarse. Lo ha vuelto a hacer. Aunque me temo que, esta vez, ha ido un paso más allá.
La víctima es prácticamente una niña. Diecisiete, puede que dieciocho años. Cabello rubio, ojos azules y una peca a la altura de la comisura de los labios.
Quiero pensar que no ha sido él, pero todas las pruebas evidencian lo contrario. Encontraron el cadáver en un callejón de Whitechapel, como con todas las víctimas anteriores. Mismo patrón de siempre: cuello cercenado hasta que la cabeza pende con la fragilidad de la cadena de un reloj de bolsillo y un gran corte abdominal de arriba a abajo que permite acceder a vísceras y órganos vitales, los cuales aparecen esparcidos por toda la escena del crimen. Sin rastro alguno del corazón, Scotland Yard teoriza que debió llevárselo consigo.
Sabe lo que esto significa. Todo nuestro esfuerzo ha sido en vano. Las noches en vela, los largos meses de planificación, los recursos que hemos tenido que movilizar, todos esos actores de teatro que tuvimos que contratar e infiltrar en la vida de mi hermano para convencerlo de que realmente necesitaban su ayuda… todo para nada.
Siempre fui un firme defensor de su terapia, doctor Watson. Se lo prometo. Su idea de tratar la esquizofrenia de Sherlock convirtiéndose en un partícipe de primera mano de sus ensoñaciones y alucinaciones sobre ser el mejor detective del mundo fue francamente encomiable. Pero esto ha ido demasiado lejos, esto va más allá de cualquier psicopatía o enajenación. Por el bien de mi hermano y del futuro de Londres, debo prescindir de sus servicios.
De ahora en adelante nos centraremos en un nuevo terapeuta. Puede que lo conozca: un tal James Moriarty. Esta semana marchará con Sherlock a las cataratas del Reichenbach con la intención de poner en práctica un método mucho más agresivo y directo. Quizá sea lo que mi hermano realmente necesite para no volver a matar nunca más.
Agradeciéndole de corazón todos sus años de dedicación y fiel servicio, me despido.
Sinceramente suyo,
Mycroft Holmes.