Los barcos que están atados al muelle, se mueven gracias al incesante movimiento del mar. En ese mismo muelle, se encontraba un tranquilo pescador, a la espera de que algún pez pique en su anzuelo.
Cuando de repente, un breve tirón, hace que la ilusión del pescador crezca. Creyendo que es un pez, lo saca del agua.
Es una muñeca de trapo.
«Seguro se le ha caído a alguna pequeña», pensó el pescador. Hasta que unos gritos, alertaron a los que estaban en ese lugar.
Una mujer y un hombre, gritaban sin cesar el nombre de una niña.
«¡Katia!, ¡Katia!, ¿Dónde estás?», decía la mujer con sus mejillas empapadas y el terror en sus ojos. Cuando el hombre se dirigió hacia el pescador para preguntar sobre su hija, se percató de la muñeca.
«¿De dónde sacó esa muñeca?», preguntó la mujer, sin aire, temiéndose lo peor.
«Del agua, señora. Tal vez se le cayó y ella la esté buscando», dijo el señor con delicadeza, para no alertar más a la madre.
«¡Katia! ¡Aquí está tu muñeca!, ¡No la busques más!», dijo el padre con desesperación.
Ellos buscaron durante horas a la niña, incluso con la ayuda de los policías, quienes aparecieron alertados por los gritos, pero la niña no aparecía.
«Señores, vayan a su casa. Los buceadores están buscando cualquier tipo de prueba bajo el mar. En cuanto sepamos algo más, se lo diremos», decía la oficial Suárez.
Ellos aceptaron cabizbajos, y con una gran pena en el corazón, y un mal presentimiento en el pecho, se fueron a casa.
Los policías buscaron por tierra y mar, incluso por las zonas más peligrosas, mientras que los buceadores, seguían intentando encontrar algo. El ruido de un motor junto con unas aspas, hizo que todas las miradas se despegasen del suelo. El helicoptero que estaba sobre el mar, tenía las luces encendidas, dada la oscuridad que bañaba el cielo.
Horas después, cuando ya el sol estaba saliendo, encontraron unas hebras de pelo de color rubio ceniza, esas mismas que habían descrito esos padres preocupados.
Y a su lado, un gran charco de sangre.
Los buceadores se centraron en esa zona. Y ahí encontraron el cadáver de la niña. Una pequeña niña rubia, de 4 años, yacía muerta con la tez tan pálida, que hacía dudar a los profesionales sobre el tiempo que llevaba allí.
El equipo forense se la llevó para dictaminar cuanto tiempo podría haber pasado desde la hora de la muerte.
Mientras tanto, los policías se encaminaron a la casa, para comunicárselo a los padres.
Un día después, los forenses tenían la causa de la muerte, y el posible asesino. Una conmoción cerebral, causada por un golpe en la cabeza. El agua podría haberse llevado las huellas de su asesino, pero no lo hizo. Cualquiera pensaría que podría haber sido alguno de sus padres, pero no. Fue el tranquilo pescador que encontró la muñeca. Después de un interrogatorio, confesó. La niña no dejaba de molestarlo.