Los árboles también recuerdan
Alvaro Carvallo Michelena | Quercus

Los medios llamaron al asesino «el hombre ardilla»; el inspector Josep Figueres lo llamaba «mi caso más difícil».
Cinco residentes del poblado de Moncerrado habían muerto a manos del asesino. La primera víctima, un abogado local, apareció al pie de un nogal en las afueras del pueblo. Su rostro estaba deformado por las doce bellotas que le habían introducido en la cavidad oral.
—Muerte por asfixia —concluyó el forense—. Las laceraciones faríngeas indican que estaba con vida cuando le introdujeron las bellotas.
Días después, el departamento de policía recibió un folio con el boceto de un roble, con una frase al pie: «los árboles también recuerdan». La relación con el asesinato no estuvo clara hasta la mañana siguiente, en que un empresario de construcción apareció muerto bajo un roble idéntico al retratado. Las bellotas confirmaron la sospecha: el pueblo tenía un asesino serial.
Los intentos por adelantarse al asesino habían sido en vano. Frente al cadáver del exalcalde de Moncerrado, Josep prometió resolver el caso cueste lo que cueste.
Una semana después, sonó el teléfono de la estación. Habían encontrado otro boceto.
Josep se puso la chaqueta y señaló a su compañero. —Miquel, alístate. Nos vamos de cacería.
Mientras conducía, Josep le enseñó el boceto al subinspector Miquel Dones. Era el retrato de un fresno, a cuyos pies se leía «los árboles también recuerdan».
—Hay un bosque de fresnos cerca —recordó Miquel.
Josep asintió. —¿Estás bien? Te veo preocupado.
—Este caso nos afecta a todos —contestó el subinspector. Era cierto; a excepción del drama ocurrido hace unos años por la construcción de un centro comercial, era un pueblo tranquilo.
—Descuida —dijo Josep—, esta vez lo atraparemos.
El coche se detuvo a las afueras del bosque. Entre los fresnos, el sol empezaba a ocultarse.
—Busquemos nuestro árbol —dijo Josep, y Miquel asintió.
Era de noche cuando lo encontraron.
—¡Mira! —exclamó Miquel, apuntando su linterna al árbol que tenía en frente.
Josep miró el boceto, luego al fresno, y sacó su arma. —Este es el lugar, Miquel. Aquí se terminará todo.
—Estoy de acuerdo, inspector.
Un golpe seco en la nuca apagó su luz.
Cuando abrió los ojos, Josep vio a Miquel inclinado sobre él con una jeringa.
—No intentes moverte. Te he paralizado.
Josep lo confirmó.
—No soy un asesino —explicó Miquel—, a diferencia de vosotros. Habéis olvidado lo que hicisteis, hace años. Cientos, miles de árboles muertos, ¿y para qué? Para un centro comercial. Tantas vidas silenciadas… Pero los árboles recuerdan, Josep, y no perdonan a los que jugaron un papel en semejante crimen… ni a los que pretendan silenciarlos.
Josep intentó pedir ayuda, en vano.
—Ellos no pueden vengarse por sí mismos —continuó el subinspector, acariciando al fresno—, pero nosotros podemos ayudarles.
Miquel se apartó a un lado, y Josep vio a lo que se refería. Una docena de ardillas aparecieron de entre los árboles y se acercaron lentamente a él, cada una llevando una bellota en sus manos.
—Los árboles nos dan oxígeno —dijo el hombre ardilla, mientras sus compañeras empezaban su trabajo—. Sería justo que también pudiesen quitárnoslo.
Entonces pinzó su nariz, y las ardillas hicieron el resto.