Los cinco puntos
Jose Miguel Melo garcía | William Abian Poole

En los años 80 y 90 la edad mínima penal eran 16 años y las cárceles modelo, como la de Valencia, albergaba las peores pesadillas que pueda ser llevadas a la realidad.
Yo estaba en la galería destinada a los jóvenes, de edades comprendidas entre los 16 y 25 años y ahí me hayaba yo con 17 años. Venía de un retén de la policía donde me contagié de piojos. La plaga se extendió tremendamente por mi pelo, provocando unos picores desesperantes que no podía remediar rascándome para que no se diesen cuenta los demás. Pero un día, un gitano llamado Saavedra se dio cuenta y me dijo que me cortarse el pelo, a lo que le respondí con una negativa. Aunque tenía mucho miedo no cedí, ya que cuando cedes una vez te conviertes en un débil, un dalit, haciendo referencia a la casta más baja en la India.
Pasaron unos pocos días y Saavedra dio orden de no darme comida en el comedor, una orden que sólo acataron el encargado de la fruta y el de la sopa, donde a veces asomaba un gusano.
Cuando ya no me dieron ningún tipo de comida en el comedor llegó el gran momento. Retar al gitano y así me volverían a dar alimento o moriría. Es muy difícil imaginar lo realmente enrevesado que es desafiar a un delincuente con varios años de condena, diez centímetros más grande que tú y unos brazos que partían nueces, aunque su mayor ventaja era la experiencia.
Saavedra aceptó el reto y quedamos el día siguiente en las duchas. Me dijo [con pincho, mañana lo solucionamos], a lo que respondí asintiendo con la cabeza; él mismo se encargó de que recibiese un cuchillo.
Ni siquiera pensaba en mi familia, solo era una sensación de impotencia que solo puedes imaginar con miedo y derrotismo.
Es tan duro sentir que te van a matar a base de golpes y cuchilladas que superas la barrera del terror, porque es una sensación que va más allá de los sentimientos y nada puede superar ese pavor. Llegó la mañana siguiente y me encaminé a la mesa de pin pon que estaba frente a las duchas. No tardó ni 30 segundos en llegar Saavedra y me señaló que le siguiera al lugar del reto. Entonces el gitano acercó su cara a la mía con su pincho en la mano derecha y me dijo [ te perdono la vida porque no quiero líos, pero a partir de ahora serás mi machaca y lo tuyo será mío]. En ese momento sentí una mezcla de rabia, ira, honor, en definitiva, valentía. Saqué mi arma y se la clave con fuerza en el cuello, le pegué un cabezazo, mientras sujetaba la mano donde tenía su cuchillo le asesté cuatro o cinco puñaladas en la parte abdominal y costados, le hice una llave y lo tiré al suelo. Allí se quedó mi enemigo y mi inocencia. Nació un monstruo que jamás reuyó un enfrentamiento en su vida.