LOS CORREOS DEL ODIO
Jean Paul Leon | J.P.L. YODH

Un ronquido feroz le despertó en seco. Inquisitivo, como antaño, abrió medio ojo y lo echó a volar por la habitación. El responsable de tremendo exabrupto había sido él. Estaba solo. Con el otro ojo, legañoso, buscó a trompicones el refugio de su vieja pipa. ¡No! Prohibido. Atando hilos, desesperanzado, permaneció inmóvil en el lecho, consciente de su depresión. Maniqueista, desoyó las curvas asiduas y sibilinas de su usada pipa. Sumido en su crisis sin paliativos, murmuró: Toda una vida junto al crimen, investigando en nombre del bien, se me ha plagado el alma con la esencia del mal. Duele.
Pertinaz, el detective finalmente dio con el culpable: Cáncer pulmonar. El Doctor Watson intentó aliviar el mal letal. ¡¿Nicotina fuera a estas alturas?!
Los últimos años de Holmes habían sido patéticos. Los casos le seguían lloviendo pero su salud, a él, ni caso. Elemental, mi querido y decadente mortal.
Su moral, por los suelos, buscaba banderines de enganche, flotadores que le repescasen con la cantinela oxidada de volver a ser el Ave Fénix.
Watson, en su papel de Sancho colegiado firmador de recetas, surgió con una idea “genial”. Para poder mantener la casa de Baker Street, hoy barrio de petrodólares, al galeno se le ocurrió que Sherlock abriese una compañía “posh” de bienes raíz en Marylbone: Sherlock HOMES Luxury Living.
Con su perspicacia intacta, Sherlock descalificó el plan de Watson por mediocre. Hortera. Acuciado por el hambre y acosado por el hombre, ojo avizor, el mítico detective revisó los últimos cien casos que mantenían al fervoroso público británico con las fauces abiertas y el morbo por bandera. ¡Cualquier cosa antes que tener que abrir con Watson y sus amiguetes facinerosos Sherlock HOMES! ¿Oligarca ruso descuartizado en Chelsea? Apesta a KGB. Mejor otro más suculento.
Haría un par de años, en los aledaños de Covent Garden, metido en la cocina de su restaurante -ANOETA- mataron al cocinero vasco, Mikel Amorrortu, uno de esos divos que se creen más estrella que el mismísimo Michelin. Con recetas únicas y un ego superlativo, Mikel se había hecho con el todo Londres. Estomacalmente intrigado, el bueno de Sherlock decidió hincarle el diente al sangrante potingue culinario. Informe forense completo en dos días. Lista interminable de rivalidades, envidias, tiquismiquis… ¿Vendettas?
Inspeccionado el lugar del crimen. Nadie presente. Hora inusual. Nada. Herido en su orgullo, Holmes hurgó lo que pudo en los bajos fondos del correo basura. Amorrortu había sido carnicero antes que sastre. Experto en corte, ángulo y cuchillo afilado, se había auto-clavado la daga en el corazón. Pero lo que le causó la muerte fue el texto que le envió su antigua y despechada esposa, Ana Moriarti: “¡Plagista! ¡Jeta! ¡Don nadie! Mediocre… Tu llamado, Pulpo genial, tu plato más punzante, me lo zampé yo en Madrid la semana pasada en Lamucca. Se van a enterar. Lo propagaré por todas las redes y bocas……del Metro de Londinium. Amorrortu, tío, date por muerto».