LOS DOCE.
Esteban Cajuso Pons | Elfo

Se detuvo unos instantes ante las puertas de la iglesia, iluminadas por la luna llena. Dio una última calada al cigarro y lo lanzó al suelo. Se acercó a la puerta, los goznes rechinaron al abrir, pero la apertura se llevó a cabo sin problemas. Al entrar hizo caso omiso a la pila de agua bendita, buscó con la mirada el confesionario y se dirigió a él directamente.
-Ave maría purísima… -dijo cuando vio la silueta del representante de Dios.
-Sin pecado concebida -contestó el sacerdote.
-No sólo he pecado, padre… sino que voy a pecar de nuevo.
-Paciencia, hijo; una vez expiado el pasado, el futuro se mostrará con más claridad.
-He pecado once veces, una por cada uno de ellos…
-¿Quiénes son ellos, hijo mío?
-“Id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” -anunció con voz teatral.
-Mateo 28:19. Los doce apóstoles…
-Así es, padre. Y sólo queda uno de ellos.
-Me temo que no le sigo, hijo. ¿A qué se refiere? -preguntó el sacerdote, dubitativo.
-Debería haber visto a Santiago, padre. Esta vez sí renegó del Señor -rio, casi a carcajada limpia. -Mucho antes de que cayera desde las alturas ya renegaba de su fe. Además, en esta ocasión murió al caer desde el campanario, no hizo falta el garrote.
El sacerdote se mantuvo en silencio sin entender la situación y con una ligera sensación de que aquello se le empezaba a escapar de las manos. Pero el pecador siguió hablando.
-He de decir que Andrés estuvo a la altura, pues siguió predicando crucificado en la cruz -suspiró con un chasquido condescendiente. -¡Intentó salvar mi alma! Después de azotarlo y crucificarlo, aún así trató de convencerme el muy necio.
-Espere un momento… es usted… ¡¿el asesino de los doce apóstoles?! -la voz del sacerdote, conquistada por el mismísimo Fobos, sonó aterrorizada.
-Un cura avispado… Dígame, padre, ¿le suena de algo una olla de aceite hirviendo? Piense que, si sobrevive, podrá descansar en la lejana isla de Patmos.
-Por favor, no…
El asesino sonrió, disfrutaba de aquellos momentos en los que el silencio ahogaba a la víctima incluso más que la cuerda. Pero fue interrumpido por un pequeño sonido metálico.
-Te equivocas, Judas Iscariote, el único que descansará serás tú y lo harás en una celda -dijo una tercera voz desde el exterior. El rostro del asesino, en la oscuridad, tornó en un semblante serio, preocupado.
-Maldito… ¿cómo me has descubierto?
-Realmente no cometiste ningún error… si eso es lo que te preocupa. Tan solo tuviste mala suerte. Con cada sacerdote que aparecía muerto, la coincidencia era menos plausible. Yo sufrí lo mismo que tú de pequeño, en esta misma iglesia, y por eso mismo tenía que ser la última. Lo que nos ocurrió a manos de cada uno de los sacerdotes que has asesinado fue horrible, no tiene perdón, pero eso no te otorga el derecho a tomarte la justicia por tu mano.