Los escritores
Carlos Gutiérrez Lora | MichiPantera

‘- Los derechos de adaptación acababan de firmarse. Quizá usted…
– Por favor, detective… ¿Cree que mataría por dinero? Las novelas que escribimos nos hicieron ricos a los tres.
Tiene razón, pensó, no tiene sentido.
– En una semana esta mujer ha perdido a su marido. Y yo, a mis dos colegas. Si no hacen nada, ¡yo seré el siguiente! ¡¿Es que no les importa?!
Valentín apagó su cigarro y se levantó. Elvira seguía sentada en silencio con la mirada clavada en las macetas del patio. La detective los observaba, analítica.
– Anoche arrestamos a una sospechosa.
– Por eso nos ha reunido aquí a los dos… -dijo Elvira con la mirada perdida.
– Se niega a hablar -continuó la detective-, pero en su ordenador encontramos material que podría relacionarla con los asesinatos.
– ¿Qué tipo de material? -preguntó Valentín.
– Poseía varias cuentas en redes…
– ¡Una hater! -interrumpió el escritor.
– Sí… -confirmó la detective- parecía estar preparando algo.
– ¡Se lo dije! Desde aquel premio empezamos a recibir amenazas. ¡Supongo que no soportan que la gran escritora Elena Gracia sean en realidad tres hombres!
– Fueran… -susurró Elvira para sí misma.
– Sí, fueran -dijo Valentín más calmado, colocando su mano sobre el hombro de la viuda.
– Entonces, detective, ¿esa mujer fue la que mató a mi marido?
– Y a Gonzalo -añadió Valentín.
– No lo sabemos todavía. Pero por lo visto seguía a los tres desde hace semanas.
– ¿A mí también?
– Sí…
El móvil de La detective empezó a sonar. Elvira y Valentín se miraron.
– Discúlpenme.
La detective se alejó unos metros para cogerlo. Era de la central. Por fin buenas noticias. Mientras hablaba, la detective pudo ver cómo Elvira y Valentín se decían algo, pero no supo saber qué. Luego, colgó.
– La sospechosa acaba de confesar.
Elvira y Valentín se miraron sorprendidos, pero aliviados.
– Creo que podemos dar el caso por cerrado.
– ¡Espero que esa hija de puta se pudra en la cárcel! -escupió el escritor.
Toda la tensión de los últimos días se derramó en aquel momento para ambos. Elvira comenzó a llorar. Valentín, sin saber qué hacer, la abrazó. Caso cerrado, pensó la detective, mientras los observaba. Ni que estuviera en una de las novelas policiacas de esos tres. El escritor olió el pelo de la viuda y ésta, entre lágrimas, se aferraba a Valentín con fuerza, como si por un momento olvidara todo su dolor, como si por un instante volviera a tener entre sus brazos a su marido…
– Ahora lo entiendo…
Los dos se separaron y miraron a la detective confusos.
– No era el dinero… Ustedes dos están enamorados.
– ¿Disculpe? -Valentín por un momento no supo qué decir.
– Mataron a Gonzalo, para que pareciera que el objetivo era los tres autores, pero en realidad era su marido
¡BANG!
La detective cayó al suelo. Vio cómo la pareja se abrazaba. Estaban realmente enamorados…