Los tiempos estaban cambiando a una velocidad asombrosa, yo, en la misma esquina, lo notaba. El trote de los caballos empezaban a alternarse con un ruido nuevo, decían por la calle que se llaman vehículos, desde luego, suenan como si el mismo diablo saliera de dentro de la tierra.
La calle es un hervidero de gente pasando, los perfumes se mezclan con las defecaciones que la gente tira por la ventana y la basura en las esquinas, es entonces cuando saco un saquito con lavanda y romero, y lo huelo para disimular el hedor de lo que llaman civilización.
Como cada día de los últimos veinte años, me sentaba al lado de la puerta de un viejo edificio, cada día sin falta, alguien me decía – buenos días Carmela -, me dejaba una rosa encima de las rodillas, yo la olía, sonreía y contestaba – buenos días Don Felipe – era policía y entraba en el edificio.
Delante de mi pasa un niño vendiendo la prensa, un titular resalta sobre el resto: El asesino del pañuelo ha vuelto a actuar veinte años después. Ahora entiendo el revuelo que ha habido en el edificio desde primera hora de la mañana, la comisaría era un entrar y salir de agentes. En mi cabeza, la tranquilidad de no ser una presa para el asesino, vieja, ciega, pobre y sola, soy una persona invisible para la sociedad, un desecho hecho por algo que se llama capitalismo, donde quien no produce, no sirve. Que sobrevive por el trozo de pan o un poco de caldo que le dan las personas por la calle.
Por la tarde, Felipe tenía más tiempo, me preguntó como estaba, le dije que aunque parezca ciega y vieja, también escucho, y que tenía algo que decirle, un secreto importante. Extrañado, Felipe se acercó hacia mí, y me pregunto cuál era ese secreto.
Hace veinte años todo cambió, el callejón en silencio, pasos, lucha, asfixia y finalmente la muerte, oí como mataban a la chica, y desde mis cartones escuché como decía – este pañuelo es para ti – esa voz y ese olor de perfume fuerte no se olvida, esos recuerdos están clavados en la memoria, los sentidos se potencian cuando uno de ellos falla.
Al día siguiente, la acción se repitió, – buenos días Carmela – y ponía una rosa en las rodillas, esta vez añadió: – le presento al capitán del cuerpo- salude a Carmela – buenos días Carmela – dijo el desconocido. Ese olor y voz me paralizó el cuerpo de nuevo. Felipe notó algo pero disimuló, por la tarde me preguntó. – ¿qué sucedió Carmela? con voz temblorosa susurré – El del pañuelo, es él -.
Un mes después, el mismo niño anunció que la policía atrapó al asesino del pañuelo, se trataba del capitán del cuerpo, siempre iba un paso por delante, pero no contaban con que una ciega, invisible lo había reconocido. Desde ese momento fui los ojos de Felipe.